"Fue el día de los Santos Inocentes del año 97. Estaba trabajando con las flores y dos compañeros me pidieron ayuda para trasladar un féretro con un cadáver de un señor de 105 años. Estaba cerrado y había que colocarlo en un montacargas. Cuando estábamos haciéndolo, la caja se abrió y salió el muerto. Estaba colocada en un lateral y no vi que era mi compañero. Me quedé blanca y me puse a gritar. Cuando me di cuenta, se echaron a reír". Así explica María José Moreno uno de los episodios más tristes vividos durante su paso por el tanatorio. "He visto llorar a compañeros y el gerente nos quería enfrentar", se lamenta.