El último libro de Isabel Allende, cuya protagonista es Inés de Suárez, ha puesto en candelero a la conquistadora placentina, pero justo es traer y señalar, hic et nunc , que no fue la de Suárez la única heroína en la conquista de Chile, como se está diciendo en la promoción de la misma. Me estoy refiriendo a uno de los más grandes personajes que ha dado Cáceres, cuya memoria se ha perdido en la ciudad por completo: Mencía de los Nidos, que, al igual que la Suárez, aparece señalada en La Araucana , de Alonso de Ercilla, y que constituye una de las personalidades femeninas más apasionantes de nuestra historia.

Diré, pues es de justicia hacerlo, que quien primero habló de ella fue Antonio Rubio Rojas en su artículo Cáceres y América en 1988, y quien le dedicó un estudio fue José Miguel de Mayoralgo y Lodo, Conde los Acevedos, al publicar en 1994 su erudito ensayo genealógico La familia de Doña Mencía de los Nidos heroína cacereña en la conquista de Chile, quien me hizo, amablemente, llegar un ejemplar, puesto que el interés que me despertó el personaje me llevó a escribir, hace ya un año, un drama sobre su figura, que --si Dios quiere-- se verá sobre los escenarios el año próximo.

Nació Mencía de los Nidos (o Alvarez de los Nidos, que de las dos formas se denomina en los documentos) en Cáceres en la década de 1510, aunque no se pueda fijar, con exactitud, el año preciso, hija de Francisco de los Nidos y de Beatriz Alvarez Copete. Su padre poseía unas casas en la calle Tiendas (por entonces conocida como calle de la Rúa) que vendió a Hernando de Ovando y que éste incluyó en sus casas, hoy conocidas como palacio de Canilleros. De los siete hijos del matrimonio cinco pasaron a Indias: Gonzalo, Francisco y Jerónimo de los Nidos, Mencía Alvarez de los Nidos y Juana Copete de Sotomayor.

Se instaló en Concepción, en Chile, en 1548, tras el ajusticiamiento de su hermano Gonzalo, a quien se le sacó la lengua por el colodrillo, por ser partidario de Gonzalo Pizarro. Allí fue donde se forjó la aureola de heroína con la que la inmortalizó Alonso de Ercilla. Estando enferma, los araucanos habían sitiado la ciudad de Concepción tras la batalla de Marihueñu, y Francisco de Villagrá (el sucesor de Pedro de Valdivia) ordenó el abandono de la población. En ese momento, ella salió de la cama, y, llena de ánimo rebosante, exhortó a los habitantes para que no abandonasen. A partir de aquí, las versiones difieren.

Luis de Roa dice que defendió la ciudad, Alonso de Góngora Marmolejo dice que fue abandonada pese al épico discurso de Mencía. Fue tal la fama del hecho, que, como ya indiqué, Alonso de Ercilla le dedicó ochenta y siete versos en el canto VII de su obra La Araucana, una de las cumbres de la épica española. Es verdaderamente espectacular el tratamiento psicológico que hace el de Ercilla de la cacereña, mujer de temperamento y arrestos, enfrentándose a militares y hombres en una sociedad profundamente machista. Pensemos en el arrojo que debía de tener una mujer para pasar a Indias a mediados del siglo XVI.

En Chile se la considera una verdadera heroína nacional, ejemplo y espejo de virtudes. En Cáceres, sin embargo, se la ignora. Siendo concejal, quise proponer su nombre, junto con el de otras mujeres de la historia cacereña para que fuera incluido en el callejero, pero el grupo político al que pertenecía no lo vio oportuno por cuestiones que prefiero silenciar.

Ahora, como simple ciudadano, reivindico la figura de nuestra heroína y propongo, desde esta tribuna, el realizar el homenaje que se merece y situar su nombre en una calle digna de su gloria.