No penséis, mis pacientes lectores, que con este título de la ‘Tribuna’ de hoy me propongo narraros el argumento de algún reportaje de ‘ciencia ficción’ sobre la vida de los dinosaurios. Con este encabezamiento, solamente quiero invitaros a reflexionar sobre la realidad de nuestro planeta y sobre la amenaza real que se cierne sobre él, a causa de las tropelías atmosféricas, geológicas u oceánicas, que se están cometiendo sobre su superficie.

Tropelías y agresiones impunes, que no figuran en ningún Código Penal, de las que no paran de alertarnos los científicos y gentes de bien que saben mucho más que yo del tema. Pues no son delitos contra fortunas o personas individuales - siempre bien protegidos por las leyes ultraliberales de los gobierno actuales - sino contra toda la Humanidad, a la que no parece proteger nadie.

Hace millones de años - difícil calcularlos - sobre la superficie de nuestro planeta Tierra se dieron - ¿por casualidad? - una serie de convergencias bioclimáticas y bioquímicas por las que surgió el agua; una atmósfera respirable, rica en oxígeno y las primeras células vivas, capaces de crecer, multiplicarse y unirse en organismos complejos que evolucionaron como protozoos, bacterias, algas, plantas o animales.

También, durante millones de años, los océanos se poblaron de organismos vivos muy variados; la atmósfera se llenó de esporas, insectos polinizadores y aves que fueron expandiendo vida y movimiento a lo largo y ancho de toda la superficie del planeta.

Un planeta privilegiado, dotado de vida. El único en el Universo portador de las condiciones vitales en plena expansión para que coexistieran todo tipo de seres vivos en un ‘caldo de cultivo’ plurivalente, para que todos ellos fueran activos.

Muchos creyentes de varias ‘teogonías’ religiosas suponen que fue obra de los dioses; y por ello sienten mayor respeto por ‘la Creación’. Ya que los mismos ‘dioses’ dejaron escritas las normas y leyes para su mantenimiento y conservación.

Otros piensan que solo fue una ‘casualidad’ biogenerativa la que produjo la aparición de los seres vivos. Por ello han decidido utilizar todos estos oligoelementos en provecho propio. Ya que no hay que respetar ninguna norma que impida a los más poderosos y ambiciosos apoderarse de los elementos vitales, transformarlos, esquilmarlos, reproduciéndolos artificialmente, y venderlos a quien los necesite a precios elevados, para conseguir con ello grandes beneficios financieros.

Al fin y al cabo, para el ‘libre mercado’ la naturaleza no es más que un conjunto de ‘materias primas’ a disposición de las empresas industriales para su beneficio; no para beneficio de los seres humanos vulgares y corrientes, incapaces de una ‘adecuada’ explotación económica.

Desde hace solamente doscientos años comenzó la destrucción de los paisajes, la contaminación atmosférica y oceánica, el arrasamiento de miles y miles de hectáreas de bosques y praderas y la conversión de gran parte de los continentes en inmensos desiertos de aridez y altas temperaturas; abandonados ya por los pueblos que durante miles de años los habitaron.

Ni las naciones ‘civilizadas’ ni los gobiernos de los países más ricos del actual panorama mundial, son conscientes del grado de destrucción que hoy sufre el viejo ‘paraíso terrenal’; pero su inconsciencia egoísta y falaz puede llevarnos a todos a situaciones nefastas y catastróficas, que serán ya irrecuperables.