Amanecer día a día pensando en el peso que tus decisiones pueden tener en el devenir del enfermo y sus dolencias puede suponer una labor no siempre gratificante, teniendo en cuenta la arbitrariedad de una fortaleza y naturaleza humanas, no siempre acordes con los deseos de todo un personal sanitario que, con ilusión y entrega, luchamos por lograr un feliz desenlace en todas y cada una de las personas que cada día ocupan con miedo y resignación las camas de nuestro hospital.

La lucha por la vida es diaria y nuestros enemigos no emplean mensajeros capaces de ponernos en alerta cuando sus pasos intentan sorprendernos. Solo algunos ángeles dormidos entre papel de ciencia parecen susurrarnos al oído acciones prometedoras basadas en la evidencia científica y que no siempre son capaces de cumplir nuestras expectativas.

En ocasiones, el apoyo humano y el sentir una mano acariciando el apocado y debilitado cuerpo del enfermo provoca tanto o más alivio que el mejor de los tratamientos farmacológicos surgido de los amplios estudios publicados que ocupan nuestras largas horas de estudio intentando calmar, con plena obsesión, un afán desaforado por vencer a ese gran enemigo al que cada día tememos enfrentarnos.

Acostumbrado a montar sobre un caballo de lucha y galopar al trote en una batalla que, con vuestro aliento, he podido siempre sobrellevar con ilusión, he tenido la ocasión de pasar al otro bando y conocer, cara a cara, al gran enemigo, quizá como testigo, tal vez como mensajero, pero con nombre y colores indescriptibles cuyos tonos nunca antes pude distinguir deslumbrado entre el blanco de una bata que, ingenuamente, parecía protegerme con un escudo de todos esos temores que solo a otros, pensaba, podían achantar.

Hoy, gracias a esos milagros diarios que pasan desapercibidos entre nuestros concurridos y ajetreados pasillos, con orgullo y con tremenda emoción puedo gritar a los cuatro vientos y hacer eco de la profesionalidad y humanidad de mis queridos compañeros del Hospital San Pedro de Alcántara que el pasado 16 de mayo convirtieron el peor día de mi vida en una experiencia que no ha hecho más que darme fuerzas para volver de nuevo al frente y continuar en esta labor irrefrenable por vencer todos los miedos que, en alguna de sus formas, puedan tomar cuerpo en cualquiera de nosotros.

Bajo el luminoso cartel de Urgencias, donde tantos momentos he compartido con vosotros, existe una gran familia de profesionales de la que me vais a permitir poder continuar presumiendo, sin límites fronterizos, y dar fe desde mi experiencia porque, lejos de envidiar a los grandes hospitales de ciudades como Madrid, podéis estar orgullosos de que vuestra labor diaria es ejemplar para cualquiera de los habituales centros de referencia de la capital.

Mi agradecimiento y alabanzas, por supuesto, incluyen a mis compañeros y profesionales del 112, que con valentía y entrega absoluta dirigen en primera línea una cadena de trabajo sin la cual sería impensable un feliz desenlace en cada una de las actuaciones que cada día irrumpen el sosiego de nuestra hermosa ciudad, sin olvidar, obviamente, el amplio despliegue policial que de inmediato se personó velando por la seguridad y premura de todas las atenciones que la situación pudiera precisar y a todos los cuales felicito asimismo y siempre estaré agradecido.

Mil gracias a todos, compañeros del hospital San Pedro de Alcántara, mis queridos compañeros de Urgencias y, cómo no, mis entrañables compañeros de la Unidad de Aparato Digestivo y de todas las especialidades médicas con las que tengo la suerte de compartir momentos profesionales y estrechos lazos de amistad, y que tanto os habéis interesado por mi estado de salud y de quienes tantas muestras de afecto he recibido en estos días... Felicidades desde la más sincera admiración, esperando y deseando disfrutar con gran orgullo el poder seguir siendo vuestro compañero y amigo. Gracias a todos.