Ctomo Cáceres es una ciudad tan grande, tan extendida, tan imposible de abarcar, los cacereños hemos tomado la decisión de llegar en coche hasta la misma puerta. Así, si necesitamos hacer alguna gestión en el banco, en el múltiple o en hacienda, cogemos el coche, nos aventuramos hasta el centro y después de dar varias vueltas para buscar un aparcamiento, decidimos subirlo a una acera o dejarlo en doble fila. Pero eso sí, con las intermitencias puestas para que nuestra conciencia cívica no sufra más de lo necesario.

Si todo va bien, no hay muchas colas en el banco, terminamos pronto y ningún policía local se fija en nuestro coche, habremos empleado más o menos el mismo tiempo que si nos hubiéramos desplazado a pie, pero sin hacer deporte, sin repartir saludos por la calle y asumiendo riesgos innecesarios. De esta manera, las ventajas cualitativas que tanto destacamos de nuestra pequeña y coqueta ciudad -accesibilidad, movilidad, cercanía, relaciones personales- se ven desplazadas por unas prisas absurdas para llegar a donde nadie nos espera y contribuir al caos, aunque sea "ordenado", del tráfico. Resígnese, la prosperidad y la movilidad de las ciudades modernas se basa fundamentalmente en ganar espacios para los peatones quitándoselo a los coches, aceras más anchas, calles peatonales, transporte público y la posibilidad de pasear contemplando los escaparates sin mirar de reojo a los monstruos metálicos que van y vienen.

Cuanto más tiempo tarde usted en asumirlo, peor lo pasará; y se lo aseguro, esa tendencia es imparable. Basta darse una vuelta por cualquier ciudad española o europea para constatarlo. No sé qué pensará usted pero en mi opinión, es uno de los grandes legados que debemos dejar a nuestros hijos: ciudades limpias, asequibles y con un nivel de ruido ajeno a los acúfenos que tantos padecemos. Y esa es una pelea que no termina en un día ni en un mes.

Es una actitud ciudadana, política (en el sentido etimológico de la palabra) y valiente que se alarga en el tiempo y que, poco a poco, a pesar de algunas actitudes mezquinas y catetas -de todo tiene que haber en la viña del Señor- terminará imponiéndose sin necesidad de recurrir a actitudes punitivas. Mucho más, sin duda, en ciudades como la nuestra. Por eso, como tengo dos hijas y ya sé que no podrán ser ministras de Grecia, intentaré que, al menos, sean buenas ciudadanas.