Recientemente se han desarrollado en Cáceres unas magníficas jornadas sobre la arqueología urbana, organizadas por el Museo de Cáceres y la asociación Adaegina, entidades a las que sólo cabe felicitar por esta iniciativa que ha permitido dar a conocer a los interesados los últimos estudios arqueológicos desarrollados en Cáceres. Los asistentes han podido comprobar la gran importancia que los yacimientos del Calerizo (Cuevas de Maltravieso, El Conejar, pero especialmente la de Santa Ana) tienen para el conocimiento de los primeros pobladores de Extremadura e incluso de la península Ibérica; la confirmación del interés del yacimiento romano de Cáceres el Viejo, sobre el que aún queda mucho por estudiar; la ratificación del origen romano de la ciudad con los vestigios encontrados en el Mayoralgo; o el más que curioso complejo hidráulico almohade de Miralrío.

Los diversos e importantes hallazgos dentro del casco urbano han sido más fruto de la casualidad que de la previsión y demuestran el potencial arqueológico de la ciudad, que no se limita a las épocas bajomedieval y moderna, evidentes en la ciudad monumental, sino que abarca diversas etapas históricas hasta ahora no suficientemente asumidas por los cacereños. Ni la historia de Cáceres es solo la de los palacios de la ciudad monumental ni podemos olvidar que debajo y también fuera de ella hay vestigios muy importantes, que se proyectan cronológicamente hacia atrás con una datación que causa vértigos (casi un millón de años en Santa Ana), y también hacia delante. Esta carencia de previsión arqueológica ha obligado a la aplicación de una ´arqueología de urgencias´, esto es, estas intervenciones en el casco urbano han estado y están muy condicionadas por los proyectos urbanísticos, que son los que dan lugar al descubrimiento más o menos casual de unos vestigios, y por lo tanto la actividad de investigación y recuperación arqueológica sufre graves limitaciones.

Así, se ha puesto de manifiesto que nuestra ciudad está necesitada de un servicio de arqueología que desarrolle una labor planificada y constante, en el tiempo y en el espacio. Porque aunque existe un servicio denominado ARI (Area de Rehabilitación Integrada) que cuenta con un arqueólogo, lo cierto es que este servicio, como su nombre indica, se dedica a la rehabilitación de viviendas en la parte antigua, pero quedan fuera de su ámbito de actuación, al menos legalmente, otro tipo de actuaciones importantes como son las citadas del palacio de Mayoralgo o la de Miralrío. Y aunque el arqueólogo del ARI está dando muestras de una excepcional profesionalidad, colaborando en obras ajenas a sus competencias genuinas, una ciudad con la importancia arqueológica e histórica de Cáceres exige la institucionalización de un servicio de arqueología, que puede ser de competencia municipal, o que puede ser consorciado con la administración regional.

Si los importantes restos romanos de Mayoralgo o los almohades de Miralrío se han encontrado y salvado gracias al interés y el buen hacer de instituciones privadas, empresas constructoras o profesionales implicados, cabe preguntarse qué puede haber pasado en otras actuaciones urbanísticas, privadas o públicas, en las que las instituciones o empresas implicadas no hayan mostrado el mismo interés.

Como acertadamente se dijo en estas jornadas, hallar restos históricos debería ser motivo de satisfacción, más que de preocupación, para cualquier promotor, y su puesta en valor para Cáceres, motivo de orgullo. Y el ayuntamiento debería ser el primer interesado, máxime cuando se habla de una capitalidad cultural cuyos méritos no acaban de verse.

Un servicio municipal de arqueología (o consorcio, patronato...) es una necesidad para esta ciudad. Su labor y posibles resultados en una ciudad histórica como Cáceres, redundarían en beneficio de la conservación de valores históricos pero también en la imagen que una ciudad europea de la cultura debe ofrecer.