De camino a Cáceres, el ex de los Ketama, una de las bandas de éxito del pop-rock español ya desaparecida, venía escuchando el disco de Rey Morao, un grupo de Caños de Meca, su lugar de veraneo en la costa gaditana. Ayer repitió en el Womad tras su paso por Canarias.

--¿Qué le une al festival?

--Aparte de la relación profesional, me encanta cómo trabajan y el esfuerzo que hacen para que haya conciertos multiculturales.

--Cuando le hablan de mestizaje en la música, ¿A qué le suena?

--A hermandad, a conocer las etnias de un sitio y de otro y a un idioma que sabemos hablar los músicos que es la música.

--¿Cómo lleva la soledad del primer disco?

--Muy solo. Miro a mi izquierda y mi derecha y me digo: coño, ¿Dónde están mi hermano Juan y Josemi? Aunque me siento bien porque este parón de Ketama ha sido acertado. Antes, con 20 años, era todo más salvaje. Ahora tenemos necesidad de tocar con la gente que queramos.

--¿Qué le mantiene?

--Necesito ese veneno que es la música. Cada disco es como si volvieras a renacer. Me mantiene que hay mucha gente que nos necesita porque las generaciones nuevas que lo tienen fatal. Antes lo teníamos mucho más fácil.

--¿Qué siente cuando mira a Marruecos desde Cádiz?

--La inmigración. He escrito mucho desde ese balcón y uno de los grandes problemas que tenemos ahora en España.