Uno de esos poetas inagotables, que siempre cuentan con geniales referencias literarias para meditar, repensar y sacar sabias conclusiones de los datos y circunstancias que nos rodean, fue don Francisco de Quevedo en sus sátiras burlescas contra la corrupción, contra la deshonestidad y contra la torpeza de los gobernantes de su tiempo. Situaciones y circunstancias adversas perfectamente transferibles al nuestro.

El símbolo de gobernante corrupto, derrochador de los bienes del Reino, defraudador e inoperante, fue --en el siglo XVII-- el Duque de Lerma, figura que ya hemos comentado en alguna ‘Tribuna’ remota de este Periódico; del que Francisco de Quevedo escribió: «El mayor ladrón de España, para no morir ahorcado, se vistió de colorado». En referencia a que solicitó ser nombrado Cardenal de la Iglesia Católica --todos ’aforados’ entonces-- para no ser juzgado por sus delitos; con lo que se libró de la condena que la Justicia le reservaba.

El Conde Duque de Olivares, entonces recién ocupado el cargo de ‘valido’ del Rey --lo que viene a ser ahora como el presidente del Gobierno--, sustituyendo al Duque de Lerma, intentó reforzar la norma que prohibía las críticas a las disposiciones reales, a la Iglesia, a los secretarios que asesoraban al Monarca, y a la corrupción ‘galopante’ que ya invadía la Corte de Felipe IV, con el propio Conde Duque a la cabeza.

«No he de callar, por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo...».

¡Cualquiera imaginaría que el poeta ya estaba protestando por la ‘Ley Mordaza’, por la represión policial, por las amenazas de sanciones, multas y procesos a quienes se manifestasen en la vía pública, a los que retratasen a los agentes del ‘orden’ o por otras formas de ejercer la ‘libertad de expresión’ que tenemos todos los ciudadanos, amparados por la Constitución.

Pero no. ¡No nos confundamos! Aquella era la España ‘barroca’, católica y caótica del siglo XVII; y ésta, en la que hoy vivimos es una España mucho más ‘barroca’, mucho más católica y hasta más caótica.

«¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?».

Uno de los propósitos que se persiguen con estas normativas --como entonces-- es someter, acobardar, acongojar a los ‘súbditos’ para que no critiquen a los que gobiernan. Aunque, frecuentemente, se gobierne sin criterios; a ‘salto de mata’, poniendo y rectificando leyes por el simple hecho de tener ‘mayorías’ o ‘alianzas’ que permitan despreciar a los oponentes, a los que no piensan igual; aunque piensen mejor.

La agudeza ‘quevedesca’ llegó incluso a analizar los resultados de la actual ‘reforma laboral’ --con su desprecio a los derechos de los trabajadores-- y las tendencias de los gobernantes a organizar ‘tramas’, contubernios y ‘camorras’ para llenar sus bolsillos, costear sus vicios y estafar a los incautos que confiaban en ellos.

«Hoy desprecia el honor

al que trabaja,

y entonces fue el trabajo

ejecutoria,

y el vicio el que graduó

a la gente baja».