Desde los más remotos tiempos de la antigüedad los artistas han firmado sus obras con el fin de que sus contemporáneos y la posteridad tuvieran motivos para alabarlos y asombrarse de su domino del arte correspondiente. En Tornavacas no habían ser menos, naturalmente. Los tiempos modernos han cambiado mucho los hábitos de los cabreros. La bucólica estampa de los chozos, de las sopas canas, del pan duro y el candil han sido sustituidos por una carretera que conduzca a la majada, una casa, bombonas de butano para la luz y la cocina. Un amigo mío encargó a unos albañiles indígenas la construcción de una casa para los cabreros en su finca. La obra no necesitaba de muchos conocimientos de arquitectura y los hombres se pusieron a la tarea con todo su entusiasmo y deseosos de dejar huella. La dejaron sin duda. En la fachada principal esculpieron con un palo en el cemento fresco su firma con estas palabras: "AL". Debajo: "TITAS". Y más abajo aún: "RAYO Y MACHIN". Como es de suponer, todo el pueblo podría colegir quienes eran los autores del edificio, pero el principio de la leyenda necesitaba una seria investigación. Tanta que no se descubrió su sentido hasta que ellos mismos la revelaron. No era una dedicatoria ni tampoco el apodo de mi amigo, a quien todo el pueblo conoce como el Bigotín. Quería decir: "Artistas. Rayo y Machín". Si alguien siente curiosidad aún la puede leer en la falda del Torreón, a pocos metros del Calvitero.