Durante el pasado mes de agosto, recorrí Italia en tren durante dos semanas. Visité, entre otros lugares, siete ciudades declaradas por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. La estación de ferrocarril de Florencia fue mi centro de operaciones. En Cáceres, la primera estación estaba justo donde hoy se encuentra la rotonda que da acceso a los barrios de Fratres y Moctezuma. De ahí se trasladó a su emplazamiento actual, de donde se llevará a la carretera de Malpartida.

Pues bien, en todas las ciudades visitadas, salvo Siena, Cortona y Asís, el ferrocarril estaba en el mismísimo centro urbano. Es decir, como si en Cáceres los trenes siguieran llegando a Los Fratres.

Había sitios como Arezzo, Venecia o Pisa donde llegaban a las puertas de lo que en Cáceres sería la calle San Antón. Con ubicaciones así, con unos trenes baratos y rápidos y unos horarios estupendos, es natural que el ferrocarril sea el medio de transporte preferido de los italianos.

Algo sucios y viejos

Sólo en una cosa ganaban los convoyes cacereños a los italianos. Allí había algunos trenes francamente viejos, sin aire acondicionado y sucios, algo que es difícil encontrar en Extremadura con los nuevos ferrocarriles. Otro detalle que diferencia Cáceres de las ciudades italianas es que allí siempre hay varias líneas de autobuses urbanos que pasan por la estación, mientras que en Cáceres no existe ninguna. El billete en los buses de las ciudades costaba, en general, un euro, aunque todo el mundo se colaba.

Italia tiene fama de ser muy cara para comer y beber, pero si se tienen ciertas precauciones, no es para tanto. Por ejemplo, tomar cervezas en una terraza sí es caro: a seis euros la caña, un poquito más que en Francia. Un café en una terraza que no fuera la del Florián de Venecia o la del Rivoire de Florencia andaba por los dos euros.

Para que la cuenta de la comida no suba demasiado hay que beber agua o jarrita de vino de la casa y no tomar postre. En ese caso, dos personas comen estupendamente por entre 20 y 40 euros. Con cerveza o vino en botella y postre, la cuenta pasará de los 50. Hay que tener en cuenta que en casi todos los restaurantes hacen como en Atrio: te cobran el servicio, que allí suele ser el 10% de la cuenta.

En las ciudades italianas abundan esos restaurantes bonitos y agradables de precio medio que en Cáceres se cuentan con los dedos de una mano. Así, comimos por 30 euros dos personas en Asís con vistas al valle o en Roma a un paso de la Piazza Navona, 20 euros nos costó la comida en una galería de la plaza Ravegnana de Bolonia o en una divertida trattoria cerca del mercado florentino. Y por 40 tomamos pasta y calamares en un bello restaurante a la vera de un canal veneciano.

El viaje sirvió para desmitificar la exquisitez de los helados italianos o la sabrosura de sus pizzas. La mejor heladería de Florencia se llama Vivoli y allí tomé un rico helado de piñones: dos bolas por 3.50 euros. Pero es que igual de rico, también de piñones y mucho más barato lo venden en la confitería Isa de la ciudad feliz , por no hablar de la tarrina de medio kilo de helado de turrón Alteza que venden en el Tambo de mi barrio a 2.18 euros y se compara con el mejor helado italiano.

En cuanto a las pizzas, las hay muy ricas, pero en general, no superan a las de la pizzería Chiao Chiao de El Carneril. Por comparar: en Milán, a un paso de las galerías Vittorio Emmanuel, dos pizzas de jamón y champiñones y dos aguas: 23 euros; en Chiao, Chiao, lo mismo: 11 euros.

Eso sí, las terrazas de las plazas de las ciudades monumentales eran un primor que daba mil vueltas a las de la plaza Mayor. Y por encima de todas, las de la plaza del Campo de Siena: sillas de hierro viejo, mesas de maderas nobles, manteles adamascados y camareros con planta de actores.