La intérprete de La Novia de Don Quijote (15-6-2017, plaza de las Veletas) aparece en escena cargada con todo el teatro a sus espaldas, a modo de macuto, de donde, como una maga va sacando el decorado del mesón de un lugar de la Mancha, al espectro de don Quijote, al caballero andante, a Sancho y a Dulcinea que es ella, Aldonza Lorenzo, en la gran Mercedes Castro, que sorprende su voz potente y clara. Recuerda al tío Zurdo que con su mala visión distorsionaba la realidad, como don Quijote delante de los molinos, y hasta Aldonza lo soluciona si se hubiera puesto unas gafas.

La actriz se presenta orgullosa de su nombre que lo repite con ademanes y lo considera sonoro, rítmico, musical y con una aliteración que inventa pronunciándolo, y todo porque no quiere perderlo por nada del mundo; hasta consigue que el público coree su nombre. Y se niega a ser Dulcinea del Toboso, nombre que recibe, después de encontrar a Rocinante y a sí mismo, que vino a llamarse Don Quijote de la Mancha. «No le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse: porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma». Aldonza se mofa de los apelativos que le propinó gratuitamente: «músico y peregrino y significativo».

La camarera atiende a los clientes, y sigue molestándose que por la famosa, ella haya pasado desapercibida. Preguntan por Dulcinea y hasta recibe cartas y cientos de cartas. Vuelve a utilizar un original recurso escénico: saca de su tocado en la cabeza cartas de la baraja; y como una echadora de cartas va leyéndolas, hasta quedarse con el caballo de bastos (mejor el de espada), para encontrar a Don Quijote, que lo enmarca para dirigirse a él, y usa los polvos que lanza a la luz, para que aparezca su espíritu. No falta la poesía dedicada a su amada Dulcinea. Y la canción a su tierra de la Mancha.

No trata nada bien al ama y a la sobrina, a las que insulta. A unos señores catalanes, ridiculiza con muecas y voz de falsete, que pretenden descubrir las américas, así como que Dulcinea fuera catalana. También recuerda al vencido Sansón Carrasco, el caballero de los espejos.

Para despedirse, la novia sincera agradece a Sancho que haya cuidado a su señor. En esta parte de la obra, Aldonza Lorenzo, recuerda sus años jóvenes de pastora, y en la que se sucede la escena más brillante y emotiva: era la estación de otoño, y entre armonía de balidos de ovejas del aprisco, conoce a Alonso Quijano el Bueno, manso, hidalgo. El enamoramiento le llega por los ojos de Don Quijote, de una soledad infinita y siempre llorosos. La compasión de Aldonza le lleva a desnudarse ante su novio. Es cuando Don Quijote deja de llorar, y es con la luna blanca, como en la leyenda del rayo, la convierte en Dulcinea, y él, a los pocos días, en caballero andante.

Y al final, Aldonza Lorenzo, deja este mundo fatal, y se desprende de su cuerpo quijotesco, y se envuelve en el espíritu del caballero andante para convertirse en Don Quijote de la Mancha.

El mérito está en el monólogo, interpretado con maestría teatrera por Mercedes Castro; pero quien la ha llevado por el buen camino escénico ha sido su director, José Carlos García; pero crear un texto con esas inventivas y ocurrencias teatrales, manteniendo la dicotomía que se da en la novela de Cervantes, ha sido, sobre todo, su autor, José Luis Esteban.

Los aplausos del público y vítores sirvieron para mostrar el reconocimiento al esfuerzo y trabajo y, de agradecimiento.