Desde la creación por los Pactos de Roma de 1957 del Mercado Común Europeo (CEE), hasta su conversión en un organismo internacional, fuerte, cohesionado y lleno de esperanzas para sus miembros, en el 2001, este nuevo y dinámico organismo internacional ha alimentado esperanzas en el horizonte de muchos pueblos que habían quedado marginados y hasta olvidados por la ONU en su dolorosa ineficacia para solucionar cualquier tipo de crisis, o para restañar cualquier tipo de herida, guerra o conflicto que se produjese en el mundo, desequilibrado e injusto, que produjeron las apocalipsis bélicas del siglo XX.

Al final, la tan exaltada Unión Europea, no ha quedado más que en un ‘montaje’ de los viejos países neoliberales y plutocráticos para seguir amasando capitales de inversión y desarrollar esa economía especulativa que ya capitaneó nuestro continente desde las últimas décadas del siglo XIX; y cuyo liderazgo perdió en la primera mitad del XX, al ser destruida y machacada por su misma competencia mercantil, que siempre aspira a arrasar a los competidores, en las devastadoras dos Guerras Mundiales.

Este pequeño subcontinente, que formaba solo un saliente geográfico de la inmensa Eurasia, había sido capaz, desde las más tempranas eras históricas, de someter a su poder a los demás continentes, con sus pueblos y culturas: a África, a Asia, a América y Oceanía, hasta convertirlos en sus colonias o sus provincias; y explotar a sus gentes y sus recursos económicos hasta la extenuación: esclavos y materias primas que llegaron a raudales hasta Europa para mantener una economía insaciable y un sistema social desintegrado y racista, que inventaba derechos humanos, estados democráticos o igualdades genéricas que solo afectaban a los individuos de raza blanca, cristianos y, a ser posible, poseedores de bienes, dentro o fuera de las propias naciones europeas.

Después de todos estos avatares negativos, en 1957 comenzaba el ‘sueño de una nueva Europa’. Sueño nacido sobre los campos arrasados y las ciudades destruidas por la Segunda Guerra Mundial. Sueño fraguado desde la rebelión universal contra los dominadores europeos, que fueron expulsados de aquellas colonias ya esquilmadas, que conservaban poca de su antigua riqueza. Pero sueño al fin para crear de verdad una sociedad multirracial, integradora, defensora de los Derechos Humanos. Abierta a todos aquellos pueblos y gentes que habían sufrido la explotación de sus países en provecho de la industria europea; la que se ofrecía como Mercado Común Europeo para gestionar un nuevo modo de dar provecho universal a la economía social, que había fracasado en la Unión Soviética y en otros muchos países que lo intentaron.

Pero, como suele ocurrir a menudo, esta Unión Europea, que alimentaba nuestros sueños, se construyó sobre los desechos del liberalismo, del capitalismo y de los fondos de inversión especulativa que inspiraban los economistas norteamericanos. Con lo que de nuevo, lo que se proyectó como una nave destinada a flotar sobre la pobreza y la explotación de los pueblos marginales, acabó hundiéndose en la frustración, la desigualdad y el saqueo.

Las mismas naciones y pueblos que quisieron estar dentro de la Unión, buscan hoy salir de sus propios proyectos. Pues en los pocos años que tiene de vida se ha vuelto a llenar de paredones y fronteras entre unos pueblos y otros y ha llenado al Mediterráneo de familias de náufragos y niños ahogados, como en los peores años de la guerra.