No sé si el señor Puigdemont sabrá jugar al mus. Aquel viejo juego de nuestros abuelos, siempre disputado por parejas, en el que los contendientes se embebían en sus cuatro cartas tradicionales: oros, copas, espadas y bastos, y muy especialmente en las sotas, caballos y reyes de cada palo.

Apenas había que hablar, los jugadores se limitaban a plantear envites, hacer apuestas, exigir descartes, o lanzar un órdago para que los demás se rindiesen y entregasen sus jugadas a quien tenía las cartas más ventajosas. Como se hace ahora en el juego político, resuelto en breves tuits casi incomprensibles; donde los envites u órdagos acaban en los juzgados.

Supongo que en los casinos y en los hogares de la tercera edad seguirán reuniéndose los más avezados musistas para repartir las barajas y después de unos cuantos descartes, cuando ya cada jugador esté de acuerdo con sus cuatro cartas, interrumpe esta fase del juego y empieza a hacer envites - invitaciones - destinados especialmente a medir la templanza y la confianza de sus compañeros y competidores, evaluando mentalmente la composición de sus distintas combinaciones, en las que suelen entrar los reyes, caballos, sotas, y, eventualmente, los ases.

El momento más electrizante es cuando alguno de los jugadores pronuncia el ‘Órdago a la grande’, que significa que cuenta con los reyes y los caballeros -los que tienen el poder - y, por tanto, ha ganado la partida.

Desde hace ya casi dos años, la interminable cuestión catalana parece una partida de mus entre los órganos autonómicos de aquella comunidad autónoma y el gobierno del PP; con envites, descartes y órdagos, que no se sabe nunca cómo van a terminar, pues cada uno cree contar con las cartas apropiadas para concluir la jugada y ganar la partida. Pero, el que parecía ir perdiendo, saca de repente otra carta de la manga y hace otro “envite” que deja el juego empantanado.

Las jugadas de los populares ya están todas a la vista. En varias ocasiones creyeron tener en la mano al rey y a los caballeros, y dieron el órdago - valiéndose de muchos policías y guardiaciviles - pero Puigdemont y sus acólitos se sacaron nuevas barajas, se escurrieron con nuevos envites y descartes y crearon espacios fuera del tapete verde en el que se desarrollaba el juego - la propia España - para burlar a sus contendientes.

NUEVAS apuestas. El gobierno va perdiendo los nervios y quiere apoyarse en consejos de Estado y en tribunales que, finalmente, no le apoyan. La partida sigue en tablas y me temo que va a seguir así durante mucho tiempo; pues unos jugadores están dispuestos a llegarle hacia otros ámbitos jurídicos, y otros: el gobierno popular, con bastantes menos luces e iniciativas, no quiere apartarse de los tapetes de los tribunales españoles, que ya empiezan a dar muestras de cansancio y de agotamiento. Pues, aunque en el mus no hay que mover ficha, sí hay que jugar con cierta inteligencia y recta intención, que comienzan a fallar ostensiblemente entre ambos jugadores. En unos, porque los fines que persiguen no les llevan a ninguna parte: sus propios convecinos y ciudadanos ya se lo han repetido con frecuencia. Los otros, porque, como hacen las cabras, siempre tiran al monte - tribunales, audiencias, juzgados y pleitos - aunque sean conscientes de que no van a encontrar allí pasto para todos.

Todo sería explicable si en la historia de España y de Cataluña no hubiera momentos paralelos que ya se resolvieron en tiempos anteriores -unos en paz y otros dramáticamente- pero lo malo es que, ni unos ni otros, saben leer correctamente la historia.