En el campo de las matemáticas hay operaciones que no cambian, aunque trastoquemos el orden de presentación de sus factores. Da lo mismo sumar dos más tres, que tres más dos: siempre darán cinco. Lo mismo ocurre si multiplicamos dos por tres, que tres por dos; en cualquier caso darán seis; y esto nos permite movernos con seguridad y certeza en cualquier operación aritmética que trate de sumar, aunar, convocar o aumentar la cooperación y eficacia de los agentes que intervengan.

Pero si nos referimos al campo de las cuentas públicas, estas operaciones, aunque simples, cambiarán sustancialmente en cuanto trastoquemos el orden y la preferencia de los factores que concurren en ellas. Muchos responsables de estas cuentas tratarán de restar, dispersar o disminuir sus resultados, procurando que nadie se dé cuenta del “cambalache”; y el orden de sus factores; pues, en este caso, sí que influirá en su resultado, achicándole o haciéndole desaparecer en un tanto por ciento previamente concertado.

En vez de multiplicar, ciertos políticos ‘conservadores’ - llaman así por su afán de conservar para ellos todas las mordidas posibles - preferirán dividir, repartir, distribuir entre varios lo que tendrían el deber de sumar o reunir en favor del colectivo de ciudadanos que les hayan votado. Ya que en el mismo proceso electoral - por el que han llegado al cargo - también el orden de los factores cambia el resultado de las operaciones; como se ha demostrado en estos últimos meses de votaciones, recuentos, pactos o rechazos de unos partidos con otros, hasta conseguir que los nuevos diputados, senadores, grupos parlamentarios o asesores de cada tendencia ideológica se sientan satisfechos de los emolumentos, subvenciones, complementos y futuras compensaciones para premiar su gestión en los organismos públicos o en las obras públicas.

Pero: ¡seamos justos!. Pues la verdad nos hará libres. Este ‘cambalacheo’ ha permitido a ciertos sectores - los menos escrupulosos con la moral - mantener sus prebendas, incrementar sus estipendios y prolongar su inútil vida política aplicando la simple aritmética del engaño: distribuyendo ‘mordidas’ entre sus clientes y compinches o creando ‘sociedades opacas’ en lejanos ‘paraísos fiscales’ para encubrir sus fechorías. Lo cual no ha sido similar - ni siquiera parecido - en unos sectores que en otros.

Ha habido grupos que, excepcionalmente, han mantenido un cierto sentido ético, en sus funciones y retribuciones. Han marcado sus ‘líneas rojas’ de honestidad y trasparencia para no pasarlas de ninguna manera; ni con acuerdos ni con pactos viciados de corrupción. Otros, más tradicionales y ‘conservadores’ han preferido cambiar los factores - a ser posible incrementándolos - en sentido contrario: aumentando su cuantía y derivando alguna de sus partes a la financiación de su ‘clientela’.

Cada vez va siendo más difícil entender la aritmética de los grupos políticos y los cambios de factores que se producen en las ‘Cajas’ - A ó B - de los distintos Partidos. Incluso los jueces, cumpliendo su misión de saber y fijar la verdad de los hechos, se topan con dificultades insalvables para ‘leer’ los discos duros o los ordenadores de lagunas sedes políticas, que han sido machacados, rayados, incluso cocinados con tomate, antes de llegar a la sede judicial. H