El Antiguo Régimen contó con un aparato burocrático que tenía como finalidad principal la recaudación y gestión de los diferentes impuestos que la corona recaudaba, esencialmente a través de los concejos. Para ello se disponía de una serie de empleos públicos que, en muchos casos, suponían un distintivo social para aquellos que los disfrutaban. En otros casos los oficios de carácter concejil eran una rémora que influía negativamente en la vida profesional de quien los detentaba. No era lo mismo ser carcelero o verdugo, cargos peligrosos de incierto prestigio social, que mayordomo de propios o preceptor de gramática, cargos mejor considerados por la población.

En mayo de 1686 es nombrado arquero y receptor de las reales alcabalas de la villa cacereña, el organista de la iglesia de Santiago, Pedro Mógena de Cáceres, que al no desear representación alguna, acaba preso por orden del corregidor de la villa, el mismo que lo había nombrado. El oficio consistía en el control de las cuentas relativas a los impuestos que se cobraban, lo cual generaba preocupaciones, enemistades y obligaciones que no se correspondían con lo que pagaba el concejo. En su defensa, el organista, expone que su persona está exenta de oficio y carga concejil alguna por considerarse "criado de la iglesia" al igual que curas o frailes. También alega, que desde hace 12, años desarrolla su trabajo por nombramiento de su amo, el conde de la Enjarada, patrón de la Capilla Mayor de Santiago.

POR SU PARTE, el concejo le imputa que solo trabaja un día a la semana, los domingos, que se dice misa cantada y que al no ser la iglesia de Santiago "ni catedral ni colegiata" no se dicen en ella "oras canónicas" ni maitines ni vísperas. Para solucionar el conflicto, son llamados a testificar diferentes vecinos que afirman que el organista solo trabaja los domingos y que el resto del tiempo es un gentilhombre al servicio del conde de la Enjarada, una especie de criado de confianza del noble cacereño.

Otros testigos respaldan al organista como persona que también asiste con su oficio a misas particulares de aniversarios o "fiestas de primera clase". Al final el organista en cuestión, queda exento del oficio concejil y se nombra para sustituirlo a un tal Alonso Pérez , maestro sillero, que también acaba preso, por negarse a asumir un cargo para el que no esta preparado por "no saber leer ni escribir ni ser persona inteligente"

Los cargos concejiles fueron esenciales en el desarrollo de un poder municipal que, habitualmente se sustentaba en privilegios que, no siempre, fueron aceptados por aquellos que debían ejecutarlos. A sabiendas que podían terminar en presidio.