TUtno de los espacios públicos más acordes con la vida del ciudadano es una plaza. Siempre ha estado adecuada a sus necesidades y de ahí los cambios de uso que ha tenido. La nuestra ha pasado por ser el lugar de las justas y las fiestas de toros, un zoco, un lugar de encuentro y esparcimiento, espacio privilegiado para acoger acontecimientos multitudinarios, desde el recibimiento a personajes hasta la Virgen pasando por el deporte, recinto de conciertos, un aparcamiento y ahora no sabemos lo que es.

Algunos aún añoran las palmeras, el empedrado multicolor, los arbolitos y los bancos en los que se aposentaban los lectores de las aventuras de Roberto y Pedrín o el FBI. Creo que lo primero que debemos aclarar es para qué queremos una plaza mayor. Porque si la plaza es la puerta de entrada a la ciudad monumental parece lógico que la primera tarea sea la de dejar exenta la muralla y dotarla de todos los servicios que puedan demandar los visitantes.

Si, además, la vamos a destinar a la celebración de actos multitudinarios, deberá carecer de elementos que impidan el tránsito y pongan en peligro la vida de las personas en casos de aglomeraciones. Puesto que para algunos será un lugar de encuentro y paseo habrá de ofrecer seguridad y amenidad. Hacer compatibles tantos usos puede resultar difícil e incluso imposible, por lo cual será necesario elegir con esmero.

Lo que si parece inexcusable es que no se puede tirar más dinero en remodelaciones catetas y provisionales y, puesto que estamos en un momento, quizás irrepetible, en el que existen posibilidades de hacer algo grande, deberá pensarse con grandeza de miras. Para hacer una chapucilla no es necesario optar a ninguna capitalidad ni disponer de créditos extraordinarios.