Durante la última semana de abril, cuando todavía la primavera se resistía a iluminar y templar algo el ambiente de esta lacerada Península, una sentencia judicial de fuertes ecos ‘machistas’ calentó de repente el aire de plazas y avenidas en muchas de nuestras ciudades; reuniendo en ellas a miles y miles de personas -mayoritariamente mujeres- que elevaban sus brazos y sus voces en protesta por la desdichada redacción que los magistrados navarros habían dado a su sentencia; por la utilización algo ‘descafeinada’ de las palabras, y por la clara derivación de la Sala a suavizar los delitos y a ‘perdonar’ a los delincuentes. Dejando entrever que Sus Señorías se mostraban fieles seguidores de Concepción Arenal, y prefirieron ‘condenar el delito y perdonar a quienes los cometen’, como postulaba aquella gran mujer.

En principio, se usaba mal el término de ‘La manada’ para designar a los reos. Se tendría que haberles llamado ‘La piara’; pues, en realidad, no parecían un conjunto de lobos -como ellos pretendían ser considerados por su aspecto de ‘machos depredadores y agresivos’- sino una ‘piara de cerdos’, o de ‘marranos’, que se ajustaba más a su comportamiento y a su propia personalidad. Al fin y al cabo, la naturaleza de su delito fue cometer, contra una joven de diez y ocho años, una serie de actos vandálicos y violentos, que normalmente se llaman ‘guarradas’ o ‘marranadas’; pues rompen toda consideración de limpieza y buen estilo del comportamiento humano.

Sobrevolemos sobre la fama universal de la desmadrada ‘Fiesta de los Sanfermines’, de Pamplona, que ya se ha hecho famosa por esta y por otras ‘manadas’, ‘rebaños’, ‘piaras’, ‘jaurías’ y demás colectivos gamberriles. Pues estos colectivos que siempre se han caracterizado por abarrotar las calles de la bella ciudad navarra para descargar sus enormes depósitos de testosterona, sus complejos egocéntricos, su autoestima como ‘machos alfa’ y sus numerosas represiones físicas o psíquicas, provocadas por la vida civilizada y por la educación occidental, la sufren muchos individuos en la vulgaridad de su vida como personas y en la estrechez de mentalidades que no suelen sobrepasar el nivel de la cintura.

Desde que la experta pluma de Ernst Hemingway cantara las maravillas de la inhibición psíquica, de la libertad salvaje y de la borrachera perenne, los ‘Sanfermines’ han sido la Meca de todas las peregrinaciones hacia el vandalismo y la crueldad; incluyendo en estos términos el disfrute de defecar en la calle, violar a las inexpertas ‘sanfermineras’, correr ‘a tope’ delante del peligro y gozar después viendo como son alanceados, heridos y descabellados, entre estertores de muerte, los toros que unas horas antes los perseguían.

Pero, lo más destacado de toda esta secuencia de delitos ‘sanfermineros’, juergas y jolgorios, placeres carnales muy variados y juicios a ‘La Manada’ de marras, es que la gente se ha dado cuenta de que las manadas, son muchas y de variada naturaleza. Que aparte de las de sementales violadores --que deberían estar en las prisiones por varios años-- están las manadas profesionales que se defienden con uñas y dientes, siempre que son atacados alguno de sus miembros; o las manadas políticas que se unen como piñas para proteger a sus componentes --‘compañeros’, ‘militantes’, ‘afiliados’- cuando se ven implicados, imputados o investigados por tropelías administrativas, que no afectan solamente a alguna desgraciada ‘sanferminera’ que se viera rodeada y agredida por varios energúmenos; sino que afecta a familias enteras, a colectivos de jubilados, de discapacitados o de empleadas de servicios públicos, cuyos salarios y compensaciones se llevan los ‘predadores’ a sus cuentas en ‘paraísos fiscales’.