Nicolás L. vive en el bajo del número 7 de la calle Germán Sellers de Paz. Hacía seis años que nadie de su familia acudía a visitarlo. Cada vez que lo intentaban, Nicolás prefería que se quedaran en la puerta en esa lucha encarnizada que tenía porque nadie invadiera su espacio. Hace unos días tuvieron que llevarlo al hospital, donde permanece ingresado aquejado de un cáncer de esófago que le está afectando a la vena aorta.

El ingreso hospitalario ha servido para que la Secretaría General de Vivienda de la Junta de Extremadura, con la autorización de la familia de Nicolás, entre en esa casa y pueda limpiar su hogar, en el que acumulaba una montaña de basura porque Nicolás, que solo cobra la pensión contributiva, padece síndrome de Diógenes. Tan solo cuatro días después de que el gobierno regional actuara en un portal de al lado cuyo inquilino también sufría este trastorno, vuelve a aparecer otro caso que pone encima de la mesa el debate sobre si los servicios sociales cumplen sus objetivos y abre el interrogante sobre si funcionan, sobre qué está pasando para que situaciones tan preocupantes se sucedan en una sociedad que hace gala del bienestar como una de sus grandes conquistas.

Nicolás vivía en casa con 40 pájaros, dos perros, dos palomas y varias tortugas. La comida, la basura, una moto y decenas de objetos inservibles ocupaban una vivienda donde las ratas campaban a sus anchas. No tenía ni luz ni agua. «Hacía mucho tiempo que se había dejado. Por las mañanas salía a la calle y paseaba con los perros por el campo. A la hora de comer volvía, se sentaba en el sillón, y a lo que viniera...», decía ayer un familiar incapaz de contener las lágrimas. «Valentina, la trabajadora social del centro de salud, había venido por aquí, igual que sus hermanos. ¡Qué pena me da! ¿Y si le dan el alta, dónde lo van a meter? si alguien arreglara esto para que pudiera ingresar en una residencia», relata presa del desasosiego que azota a quienes se enfrentan a situaciones límite.

Ya por la tarde, operarios de una empresa especializada en limpieza y desinfección, a instancias de la Junta, se afanan por poner orden al caos. El olor es insoportable. ¿Cómo podía vivir aquí Nicolas, en mitad de este fracaso del sistema social de nuestro tiempo? En el bloque sigue pasando la vida. Aquí residen una veintena de familias. En los bajos, hace unos años, la Junta abrió unos locales para impartir unos talleres y favorecer la creación de empleo. El proyecto se llamaba Renacimiento y hoy ese nombre parece más bien una burla, porque la iniciativa, lejos de renacer, ha muerto, y ahora no es más que una persiana cerrada a cal y canto. Ahí dentro hubo hasta una peluquería para el barrio. Ya no queda nada. «A partir del mes que viene abriremos una oficina de atención al ciudadano», asegura el funcionario. Sus palabras son un rayo de luz.

Hace 25 días que los servicios de la Junta acudieron a adecentar las zonas comunes de este y el resto de bloques de la calle. Pusieron alicatado, limpiaron, pintaron, colocaron rejas... Pero ya han comenzado los primeros actos vandálicos. En uno de esos edificios el sábado se produjo una avería de agua, se rompió una tubería. Funcionarios acostumbrados a lidiar con la problemática en estos bloques, hablan de la técnica de las bolas de acero, muy extendida. ¿Las bolas de acero? «Sí. Lanzan una bola de acero por el water y así consiguen que se rompa el codo de la tubería, de esta forma se produce el escape de agua y por allí pueden tirar lo que quieran, droga sobre todo». Una de las vecinas afectadas acude al funcionario de la Junta. Asegura que en este caso no ha habido bolas de por medio. «El año pasado nos pasó lo mismo. Entonces llamamos a un fontanero, pero nos puso unos codos de mierda y han durado dos días. Se ha vuelto a reventar y ha estallado. Llevamos desde el sábado sin agua», argumenta un tanto convincente la inquilina.

En los portales la suciedad ya se acumula. «¿Para qué vamos a pagar, si no nos tratan como seres humanos?», se escuda otro vecino. El funcionario replica: «Aquí existe una filosofía, la de no pagar. Pero cuando te dan una vivienda tienes que ser responsable, y ese es el problema, que en este bloque por ejemplo pagan dos, como mucho». Y eso que no es de los peores. «Esto no sucede de un día para otro y evidentemente hay una responsabilidad compartida cuando se trata de espacios abandonados que se han convertido en guetos».

¿Pero qué hacer para atajar esta situación, para que la cobertura de los servicios sociales genere confianza en la ciudadanía? La pregunta tiene difícil respuesta. Entretanto, Nicolás sigue en el hospital; ¿Cuando le den el alta seguirá su destino en el aire?