Querido Pacífico. Tengo que recordarte como una de las personas que más me ha marcado y de las que más he aprendido. Supiste, como pocos, sacar de cada uno de nosotros lo mejor que había para que a la vez lo pudiéramos darlo a los demás. Por eso es comprensible que tanta gente quiera despedirte, que tantos miles de personas como trataste a lo largo de estos años vean cómo un pedacito de ellos se va también contigo, o, quizás, resurge contigo allá donde quiera que ahora mismo estés.

Sabía desde hace tiempo que tu salud se había deteriorado. No te veía desde que fuimos a verte a Sevilla, allá en tu cumpleaños. Estoy seguro de que te has muerto feliz, aquello del jodido pero contento que algunas veces nos decías.

Me toca hablarte desde aquella gran familia que formaste, que auspiciaste, desde la juventud que algunos ya, al menos cronológicamente, empezamos a adolecer. Tus Amigos de Francisco de Asís, tus jóvenes, tus niños, aquellos a quienes insuflaste esa alegría permanente por hacer todo cuanto se nos propusiera, todo cuanto estuviera en nuestros sueños, en nuestro corazón, en aquella escuela de niños ya no tan niños, de jóvenes siempre jóvenes, de los campamentos de García de Sola, de Pinofranqueado o de Descargamaría.

Me toca pensar en tantos y tantos momentos vividos, en lo que ha supuesto de bien tu labor para el desarrollo de generaciones enteras de personas. Me toca pensar en la fuerza que empleabas para plantar tantos árboles, en cómo el pico se te iba, en cómo desde aquellas clases nos metiste el gusanillo, en cómo las misas se convertían en reuniones donde todos éramos igual de importantes, en cómo nos atrevíamos a todo porque lo importante era ser felices y hacer felices a los demás.

Me toca pensar en que antes de que murieras recuperamos el Hermano Papel, tu ilusión, tu anhelo, que lo viste diez años después en papel. Me toca pensar en que grabaremos a fuego, esta vez sí aquel cartel que con tu nombre y con tu imagen, hicimos para poner tu nombre a campamento.

Me toca pensar en aquellos carteles que tenemos en la sede con la leyenda de la caseta de la feria: "El Pachi". Porque eras Pachi, el Cura, el Francisco de Asís de la Sierra de Gata como algunos se atrevieron a rotular en los periódicos regionales cuando hace quince años pusimos la primera piedra de aquella ermita que siempre te tendrá en sus cimientos.

Me toca pensar, finalmente, en que ya no estás. En que ya no tendré que marcar aquel prefijo de Sevilla donde viviste tus últimos años, rodeado de aquellos franciscanos como tú, en quienes te inspiraste y a quienes procuraste que nos fijáramos, dentro de nuestra singularidad y diversidad. Me toca pensar, además, que nos toca brindarte, al menos, este año de trabajo y de esfuerzo que ahora empezamos.

Mañana visitaré el Parque que tienes en Cáceres con tu nombre, tu parque, y lloraré, como seguro que lo están haciendo ahora cientos de personas. Dejemos las lágrimas en una vasija, en lo primero que tengamos a mano, y derramésmolas en Descargamaría, en tu campamento, donde te dejaste tu vida y casi tus huesos. Descansa en paz y con enorme orgullo. Siempre te llevaremos y te tendremos en un lugar preferente de nuestras casas, de nuestros recuerdos, de nuestras vidas.

La fiesta que iniciaste, tu asociación y tu campamento, se enfrenta ahora al mayor de sus retos. No te defraudaremos. Hemos tenido el mejor de los maestros. Y como siempre decías, quien quiera entender, que entienda.