Hace pocos días, en un duro revés de la vida, despedíamos a Paco Soria. Paco fue maestro y director del Colegio Público Francisco de Aldana, un colegio pequeño, que nació a caballo entre dos barrios que eran nuevos, como son el R-66 y Los Castellanos, y en el cual muchos crecimos sintiéndonos como en una gran familia, cuidada por él y por nuestra queridísima Mari.

Paco era un hombre simpático, sonriente, bonachón y un caminante empedernido. También tenía carácter. Era raro que lo sacara, pero en el día a día de las grandes familias, con cientos de chiquillos correteando por las rampas o el arenero del colegio, había momentos en los que tenía que ponerse serio.

Paco fue un maestro de los de antes. Un maestro de los de maletín de cuero viejo y «navajina» en el bolsillo. De esos a los que les gustaba salir a dar las clases de Conocimiento del Medio a la calle, al campo, a la naturaleza. Esa naturaleza que tanto amaba y que con tanta pasión nos enseñaba

Con Paco aprendimos lo que eran los «hurramachos», o la «vaca tora»; nos grabó a fuego esa tonadilla de «El cencerru de la vaca, de mi güelo que’sti en gloria»; nos enseñó a ver los buitres en Monfragüe, durante el fin de semana de convivencia que siempre organizaba con sus alumnos; y aprendimos con él, que el mejor tentempié de media mañana, era un buen bocata de patatera, que si te lo comías en La Sierrilla con tus compañeros, sabía aún mejor.

Paco enseñaba hasta en los días que no había que ir al colegio. Lo hacía en las marchas de los fines de semana, en la acampada de El Raso, o cuando pasabas por su casa de camino a las pistas de baloncesto del barrio, y te lo encontrabas en el jardín.

Paco nos enseñó valores. Compañerismo, respeto, amistad, amor por la naturaleza, honestidad, tolerancia. Fue capaz de crear, a partir de un grupo de alumnos, un grupo de amigos que por muchos años que pasen, lo seremos siempre.

Con la muerte de Paco se nos ha ido a muchos una parte de nuestra infancia. Quizás algunos de los años más bonitos de ella, al menos para mi. Sin embargo, su recuerdo y sus enseñanzas estarán siempre con nosotros, y esa es su grandeza y su gran legado. Estoy convencido de que cada carnaval, los que aprendimos con él, volvemos a cantar su tonadilla y nos acordamos de los «hurramachos»; que cuando pasamos por Monfragüe, recordamos que él fue el primero en enseñárnoslo; o que cuando paseamos por el campo, sentimos que parte de nuestro cariño y respeto por la naturaleza, nos fue inculcado por él. Porque Paco fue y será, un maestro para siempre.