TEtl título es pretencioso, y nada más lejos del ánimo de uno de macular o emular ese magnífico libro de nuestro maestro Miguel de Unamuno. No cabe duda de que el ilustrísimo rector no ha de molestarse, allá en el Elíseo, porque tomemos prestado, un momento, aquel afortunado invento suyo.

Desde que trazaron esa velocísima autovía que roza Cáceres por el oeste, cruza el páramo de los llanos, antes y después del Casar, y se aventa sobre los cauces del Almonte y del Tajo hacia el abra de Santa Marina, para buscar los pagos placentinos, la carretera antigua --¡y no tanto!-- Cáceres-Plasencia, la N-630 de toda la vida, se ha convertido en un plácido paseo para el conductor ocioso que la recorre, desprovisto de urgencias, prisas y sobresaltos.

Es más, si se diese el caso de viajar por ella a las horas intempestivas de un domingo, temprano la aurora, disfrutaría el viajero de ese paisaje afectivo que ha estado trazando y contemplando, tantísimos años, las sucesivas etapas de su vida.

Pasamos plácidamente por el polígono industrioso del Casar, que se asoma a la carretera, y saludamos a nuestro amigo J. Viola que evoca, rodeado de maderas, canes y perdigones, aquel paisaje del Pinar de Jola valenciano-alcantarino; podemos tomar un cafelito mañanero cerca de la Charca del Hambre, donde la focha corretea el nivel de las aguas rizadas y las pollas de agua pintan de oscuro el luminoso ámbito.

¡Qué deleite la escasez del tránsito y qué descanso la ausencia de los feroces camionastros, que nos cargaban el ánimo de impaciencia! De vez en cuando, un motorista nos adelanta apresurado y saludamos de nuevo al toro de Osborne antes de lanzar un suspiro evocador de aires garrovillanos (¡Ah, aquellos toros terribles del verano de juventud!).

Y al cabo, Alconétar, Turmulus, Almonte, la Delapidata en curvas, el Tajo vuelto embalse encubridor de tanta historia y vida: aceñas, juncias, pesqueras, cañales, la barca de la Luria, la estación antigua, el parador de la Magdalena, la casa de los Montero-F loripes y el lamento de Fierabrás. Acerquémonos al albergue de peregrinos. Mañana será otro día.