Ahora que --¡por fin!-- ha terminado la ‘cuarentena’ mediática del ‘máster’ de Cifuentes, con la renuncia de la propia presidenta; muchos españoles se preguntarán: ¿Qué diablos es un máster? Y, sobre todo: ¿para qué c... sirve? Ya que, ni teniéndole ni renunciando a él, ganó ni perdió nada su ‘ilustre’ detentadora.

Las que sí han perdido han sido las vetustas Universidades Públicas españolas -cargadas de años y de prestigio--, con sus cuadros de Catedráticos y Profesores Numerarios, aureolados de seriedad y sabiduría. Y, desde hace siglos, por la autenticidad de sus Títulos de Licenciados y Doctores, que han contemplado atónitos cómo unos personajes de sainete disputaban por unos ‘grados’ devaluados, por unos ‘cursillos’ de cuatro días o por unos masters de pacotilla; que son los que ahora dispensan estas Universidades, para hacerlos figurar --como adornos de oropel-- en sus ‘currículos’ políticos, destinados a ocupar ‘cargos’ y ‘carguillos’ en las filas de los Partidos tradicionales; y cobrar por ellos abultados sueldos, dietas, complementos y ‘recargos’, por realizar unas funciones, que hace tiempo dejaron de funcionar.

Todo el mundo académico lamenta que los actuales ‘grados’ que se imparten en las aulas --donde en otro tiempo se impartieron ‘licenciaturas’-- son de un nivel ínfimo, que no habilitan al ‘graduado’ para desempeñar ninguna profesión de cierta importancia social. Por eso se ‘inventaron’ los masters; esos extraños cursos anglosajones de escasa duración y calidad; pero que cuestan a quienes se matriculan en ellos varios miles de euros para obtener un certificado --muy fácil de falsificar--; unas actas de asistencia firmadas por ‘no se sabe quién’, y un dudoso prestigio académico que solo tiene valor entre los mismos que cobran por ellos.

El ‘negocio’ de los masters es un invento reciente. Son el resultado de la degradación de las carreras universitarias; del hundimiento de niveles y calidades científicas o técnicas para conseguir que los alumnos universitarios --que ya solamente serán ‘graduados’-- no sirvan para nada --y si quieren ocupar algún puesto profesional que merezca la pena el esfuerzo de estudiar-- se vean obligados a costearse nuevos masters mucho más vacíos y degradados que los anteriores, en centros privados, instituciones o ‘fundaciones’, sin garantías ni responsabilidades; donde, por solo pagar, puedes presumir de dudosos conocimientos para mejorar el contrato.

Y digo: ‘centros privados’ porque en la realidad dolorosa de nuestra actual Universidad, están ‘privados’ de calidad, de honestidad, de niveles académicos y hasta de vergüenza, como se ha demostrado en el largo y tedioso proceso que los medios de comunicación han llamado el ‘Mástergate’ de la ‘Rey Juan Carlos’. Donde profesores ‘Condes’ --de moralidad más que ‘distraída’-- han creado chiringuitos familiares y clientelares para favorecer a los amiguetes y llenarse las cuentas bancarias de ‘matrículas’ y ‘tasas’ espurias por certificaciones y titulaciones más falsas que los billetes de ‘doce cincuenta euros’. ¡Estudiar ya se ha convertido en un lucrativo negocio, para unos cuantos ‘emprendedores’ de dudosa honestidad; y en un nuevo ‘sacrificio’ para las familias de las clases medias y trabajadoras, que no pueden costear los abultados beneficios de estos especuladores! Y la enseñanza ya no es un ‘servicio social’ --general y gratuito-- para los jóvenes ambiciosos, sino una ‘tómbola’ para comprar fatuidad y oropel intelectual a los nuevos ‘trileros’ y ‘charlatanes’ del ‘mercado libre’.