Se ha hablado tanto de las penurias que sufrimos durante la dictadura que las jóvenes generaciones pueden pensar que incluso usábamos aún taparrabos. Pues no señor. Ibamos vestidos. ¡Y de qué manera!

La muerte de Franco la recibimos con unos pantalones campana. Es decir, que las perneras acababan abriéndose al llegar a media pierna. Fueron popularizados por los cantantes de la época. Serrat, Camilo Sexto, e incluso féminas cantoras, como el bodrio emplumado con el que ganó Salomé la canción de Eurovisión.

La moda exigía unas patillas generosas que bajaban más alla de la oreja. Algunos explicitaban su rebeldía por medio de melenas y barba. En invierno no podía faltar el anorak y el jersey cuello cisne.

El paseo continuaba en Pintores o Cánovas, dependiendo de la estación. Los vinos se tomaban en las calles La Cruz y Ezponda. Se quedaba en Lux o Fara. El bar Avenida reunía a la gente guapa tanto a mediodía como por la noche, y ponía mesas y sillas en la acera. El Clavero también era selecto.

La expectación que había despertado La Colina decaía. Los bailes se celebraban en La Rosa y en las discotecas, que habían surgido hacía muy poco tiempo: Faunos, Ara y Bols. Aún continuaba el éxodo dominguero a Kinea, en el Casar.

El baloncesto se jugaba en los Talleres Municipales o en San Antonio. El Cacereño estaba en segunda división, llenaba la Ciudad Deportiva y hacia planes para el nuevo estadio.

El cine Coliseum estrenaba Terremoto, Astoria Pim, Pam, Pum... Fuego, Capitol Un largo adiós, y no es una broma macabra. Se anunciaba un concierto de violoncello y piano, la remodelación de la Madrila y un viaje de los excombatientes al Valle de los Caídos.

Pero nada tan emocionante como las reuniones clandestinas para "conspirar".