Industrial y vecino

Erase una vez una ciudad. Su plaza donde paseaba su gente, su mercado con un comercio floreciente que era visitado por todos sus vecinos y pueblos de alrededor. Un día, por necesidad y comodidad relativa, surge un éxodo a las afueras donde en 100 metros cuadrados viven 300 personas. Cambian su casa de chocolate por colmenas, pero con ruidos, olores e indiscreción, ante la mirada de centros comerciales donde educar a sus niños en el consumismo, el paseo interior y la luz enlatada. Nuestro centro histórico pasa a último plano, sus palacios desolados y olvidados. Incluso el ayuntamiento cierra sus puertas delanteras para abrir la de los carros. Nuestro centro histórico se convierte en centro fantasma.

Un día nuestro centro fantasma, por iniciativa propia, despierta del letargo. Tímidamente empezamos a reformar y a rehacer comercios y casas, pese a las zancadillas de organismos incompetentes. Ahora somos la envidia de los que cambiaron sus negocios o casas de piedra y granito por pladur. Como dijo el amigo Carlos Romano: "Queramos o no, este patito feo será un cisne". Nuestra única industria es el casco viejo. Hagamos de Cáceres un centro residencial y comercial como se merece.