-¿Cómo decide uno, un buen día, marcharse a un campo de refugiados en Grecia?

-Me fui la primera vez después de leer en Facebook que necesitaban personas que tuvieran dos manos y una sonrisa. Entonces me dije: «Las tengo», y en verano me fui a los campos de Termópilas y de Petra.

-Para cuando esta entrevista se publica usted ya está en suelo de Atenas...

-Sí. Tras restringirse nuestra entrada a los campos de refugiados me voy a unos squads, que son pisos abandonados donde se hacinan cientos de refugiados. Llevamos dinero y vamos a comprar mucha comida porque no se está dando ni por parte del gobierno ni de los militares y las necesidades son innumerables. Si existe el infierno, está allí.

-¿Considera, pues, que la crueldad no tiene límites?

-Con lo que vemos hoy, no.

-¿Quién puede ser capaz de soportar tanto dolor?

-Personas muy vulnerables y muy indefensas.

-Ni las vallas en el este de Europa, ni los muros entre Estados Unidos y México, ni las políticas de contención en los países de origen, en su mayoría del África subsahariana, ni las devoluciones desde Grecia o, incluso, el cierre temporal de varias fronteras interiores comunitarias han conseguido frenar los flujos migratorios de los 65,3 millones de personas que se sienten perseguidos en sus países y cuyas vidas corren peligro...

-Así es. Y todo por situaciones económicas y políticas que tienen consecuencias humanas porque hay personas que no están haciendo sus deberes. Eso son fronteras y ellos tienen que salir de alguna manera.

-En la franja del Mediterráneo entre Libia e Italia más de 2.800 personas murieron ahogadas el año pasado en su intento por alcanzar la soñada Europa...

-Alardeamos y nos sentimos orgullosos de esa Europa soñada con tanta dignidad y con tantos proyectos, que no es más que una quimera. Hemos hecho promesas que no hemos cumplido y esas personas a pocos kilómetros y a pocas horas de vuelo están muriendo por esos incumplimientos sistemáticos.

-¿Si partimos de la premisa de que nace menos gente, acaso no es bueno que vengan refugiados que garanticen, por ejemplo, la hucha de las pensiones?

-Ya hay muchos economistas prestigiosos, voces autorizadas, que defienden que sería muy positiva esa acogida de refugiados en cuanto a trabajo, a mano de obra, a dar salida a esos pisos que tenemos sin alquilar...

-Lo que pasa que aquí hay gente que piensa que más que refugiados son criminales...

-Desgraciadamente generalizamos. Criminales hay en todos sitio, también en Europa. Independientemente de la religión que profesen son personas como nosotros. Pero por el hecho de ser musulmanes se les atribuye algo que no es cierto y se les estigmatiza. El sirio es un pueblo muy correcto, muy educado. Son grandes trabajadores, grandes matemáticos, grandes médicos, algunos de los mejores del mundo.

-¿Entonces cree que los nacionalismos sacan los instintos más bajos del ser humano?

-Totalmente. Al generalizar te impregnas de cosas negativas. Somos personas independientemente de los ideales políticos, religiosos o de las patrias.

-Vivimos la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. ¿Pero quién falla, la UE o los Estados miembros?

-Ha sido consecuencia de todo, de no saber qué hacer, de no tener una organización clara... Se les ha ido de las manos y debe haber una reestructuración para atajar el problema. ¿Por qué no se hace? Pues porque hay muchos intereses económicos: las guerras generan dinero, los refugiados, no. La credibilidad de Europa está por los suelos.

-¿Si hubiera una opción segura de salir de estos países cree que las personas no necesitarían acudir a los traficantes?

-Tienen que sobrevivir y buscan la manera de salir. Hay que pensar en ellos, en cómo vivían en Alepo, con su vida normal, su trabajo... hasta que llegan las bombas, la opresión de un régimen... De manera que el contrabando se convierte en una solución y ahí es donde aparecen las mafias. Pagan dinero por no morir.

-¿Estima que actualmente la UE respeta a los refugiados?

-Hay una vulnerabilidad flagrante con los refugiados. Y ya se ha puesto en conocimiento de grandes organizaciones, en este caso de Amnistía Internacional.

-¿Quiere decir con esto que la UE necesita un plan integral para asistir a los desplazados?

-Totalmente. Necesitamos ayuda porque es un derecho. No es que los tengamos que acoger o no. Es que la Declaración de los Derechos Humanos nos indica que es obligatorio acoger y recoger a esos refugiados. Nadie deja su casa porque quiere.

-En Alepo, los médicos tienen que elegir qué niños mueren y cuáles viven en función de su gravedad. Es terrible...

-Solo quedan dos hospitales, casi hospitales de campaña porque están prácticamente destruidos. Por desgracia, médicos quedan muy pocos, estamos hablando de dos pediatras porque otro murió en una de las bombas. Falta material y recursos humanos, de modo que seleccionan quién sí y quién no, quién vive y quién muere. Y eso es un trauma que evidencia las desigualdades del planeta; mientras en una franja del mundo sucede esto, en la otra se come pavo en Navidad.

-Según la Europol, 10.000 niños refugiados están en paradero desconocido. ¿Cómo hacen las autoridades para controlar o registrar a estos menores?

-Hay niños desaparecidos. Muchos están en mafias, han sido vendidos, operados para quitarles órganos o violados. Hay muchas oenegés que lo denuncian. Cuando estuve en Grecia este verano pensé que llegaría a entender algo más de esta cuestión concreta, pero vine más enfadada y con más rabia porque falta mucha información.

-¿Los desplazamientos forzosos constituyen el gran reto al que se enfrentan los gobiernos?

-Con los desplazamientos forzosos tengo mis controversias. Si se hacen de forma gradual, con un paquete de medidas acorde, con recursos materiales, con recursos económicos, con un plan de integración y de inclusión, los veo bien. Pero exportar a gente así porque sí, por quitármela de encima, eso nunca.

-La vida en un campo de refugiados en Grecia parece un experimento sociológico cuando menos de mal gusto...

-Sí. Hay muchos Auschwitz, muchos campos de concentración en el que durante 24 horas, un día y otro día, un mes y otro mes, y otro año, los refugiados están hacinados y los minan psicológicamente. Los voluntarios tratamos de mejorar su calidad de vida, pero es muy duro. Ellos nos pedían: «Por favor, vamos a hacer algo porque no queremos pensar». Han perdido sus casas, parte de su familia en Alepo y en Siria o mientras cruzaban el Mediterráneo. Han perdido sus bienes y ahora los hacinan en un campo. Es una presión que muchos no pueden superar mientras Europa no hace nada por ellos.

-El campo de Lavrio, a 70 kilómetros al sur de Atenas, es uno de los mejores del país, aunque sus residentes arrastran la misma desesperación que el resto...

-Como conozco esos campos, decir que unos están mejor que otros me sorprende. Estar mejor es que en lugar de estar en una tienda de campaña están en una caseta prefabricada, pero las condiciones son las mismas: arena, tierra, nada que hacer, misma comida, sin aporte de vegetales, de fruta, de lácteos, solo hidratos de carbono, arroz blanco y pasta. El «estar mejor» no es una frase para un campo de refugiados.

-Sí, porque en la memoria queda el campo de Idomeni, cerca de la frontera de Grecia con Macedonia, que fue desalojado por la policía y cuyas condiciones eran tan desoladoras y deficientes en cuanto a servicios básicos que no eran aptas ni para animales...

-Es así. Yo lo viví. Teníamos un campo de 1.200 personas y había 30 baños químicos. Las condiciones son infrahumanas en una Grecia, que es Europa.

-Hablamos de Grecia, pero el ritmo de las llegadas a las islas (Lesbos, Samos, Quios, Leros y Kos) se aproxima a las 600 personas por día. Es una cifra insostenible para un país...

-Grecia está en muy malas condiciones. Lo de Atenas es desolador, con una crisis muy acusada, hay muchísimos sintecho en parques... Y Grecia se está comiendo el marrón que no es capaz de comerse Europa. Preguntémonos por ejemplo ¿España hubiera sido capaz de afrontar esto? La respuesta es obvia. Entonces, cuando tú quitas un campo en cualquier parte de Grecia, esa gente se va a Atenas, y esa gente está hacinada. Y los griegos no tienen recursos económicos para resolver esta avalancha.

-Un problema al que se enfrentan las pequeñas organizaciones no gubernamentales y los voluntarios independientes es que no se les permite el acceso a muchos campos de refugiados...

-En junio hubo un cambio. Los campos pasaron a depender del Ministerio del Interior. De modo que la mayor parte de los campos son militarizados. Eso significa que para poder entrar tienes que estar con una organización internacional. A día de hoy muchas organizaciones se han ido de Atenas porque tampoco se les deja estar, porque hemos denunciado muchos casos vulnerables como consecuencia de las actuaciones llevadas a cabo allí por los militares. Algunos de esos campos están cerrados, como el de Termópilas, que era un campo abierto en el que previa autorización del camp manager, que era una persona puesta por el gobierno, en este caso de Lamia, a unos 400 kilómetros de Atenas, permitía el acceso a pequeñas oenegés o incluso a personas independientes, como yo, que me fui siendo Patricia. ¿Qué ha pasado? que hemos denunciado todo lo que hemos visto. Cosas que vulneran los derechos humanos y los derechos del refugiado. Por eso se ha prohibido la entrada a voluntarios y organizaciones. Imaginen pues como está la situación ahora mismo.

-Grecia tiene 62 campos de refugiados que albergan aproximadamente a 50.000 personas. Están atendidos en su mayoría por el gobierno, algunos por autoridades regionales, como el que cita de Termópilas, y cuentan con la ayuda de Acnur. ¿Qué opina usted de Acnur?

-Muchas organizaciones están cojeando. Hemos tenido casos de violaciones en un campo y no se ha hecho nada, previa llamada de Acnur o de otras organizaciones. Frente a eso, hay mucho voluntariado, asociaciones pequeñas, la mayoría españolas, que están apoyando mucho, porque España es el país que más está colaborando en cuanto a recursos humanos y de donaciones: con lo cual el pueblo español es casi santo para los sirios. No olvidemos que Acnur pertenece a Europa, que es la que paga. Los problemas se tienen que ejecutar, no se tienen que observar.

-Ha habido un incremento de atentados yihadistas en suelo europeo, un asunto recrudecido tras el reciente atentado de Berlín. Hablamos de terroristas formados por el ISIS y Al Qaeda Central en el frente sirio...

-Un terrorista no tiene que pasar por lo que pasa un refugiado. Un terrorista no cruza el Mediterráneo ni está hacinado en un campo. El terrorista estaba mucho antes en Europa que el refugiado y no se ha hecho nada.

-Así que Angela Merkel, por muy mala que la pinten, se la jugó en Alemania...

-Ha sido tajante al dar un paso al frente recibiendo a los refugiados, pero desgraciadamente ha tenido muchos cortafuegos en una Europa donde la ultraderecha avanza porque no hay una unidad y porque la izquierda actual no es fuerte ni soberana y empiezan a salirle los enanos.

-Usted es maestra. ¿Puede hablar de escuela y solidaridad?

-En cada baldosa de cada persona podemos hacer tanto... Lo más importante es sensibilizar y concienciar, y qué mejor que un maestro para transmitir esos valores a unos niños. Los niños son la esperanza de un pueblo. Si les enseñamos que las diferencias son enriquecimiento y no separación, lograremos que cuando sean mayores eviten guerras. Es muy bonito que te den bolsas de calcetines para los niños, que hagamos carreras solidarias, que se recaude dinero vendiendo dulces... Podemos hacer tanto...

-¿Todos los casos son espantosos, pero puede relatar los que más le han conmovido durante su estancia en Grecia?

-Ver el cuerpo de una mujer apaleada por Daesh, a unos niños que se querían suicidar porque en su pueblo estaban obligados a presenciar las decapitaciones del Daesh, habían perdido a sus padres y estaban solos en el mundo después de cruzar el Mediterráneo, sufrir violaciones y acabar hacinados en Grecia. Espeluznante. Madres y adolescentes que se prostituyen, niños que no hablan por los traumas, cosas tan desgarradoras como quitarse uñas y dientes para poder pagar a las mafias. Las peores tramas de las más sangrientas películas de terror están allí todas juntas.

-¿Y viendo todo esto, no le importa regresar a ese infierno, de dónde le sale a usted tanta maravilla, tanta generosidad?

-Nooo (se ruboriza). Hay una falta de valores tremenda. Soy de la generación del 79 y pienso que nos hemos vuelto acomodados. Lo tenemos todo y creo que hay que salir de la zona de confort porque hay gente que nos necesita. Mis padres, que es lo mejor que tengo, nos han dado a los tres hermanos una base de valores para compartir, ayudar y tratar de hacer el bien.