Permítanme que me presente. Me llamo Lasky y vivo en una urbanización. Aunque no me reconozcan físicamente con toda seguridad habrán escuchado mis ladridos. Mi vida es envidiable. Dispongo de un apartamento para mi solito. Abrigado en invierno, aireado en verano y alejado de los niños, que suelen llorar por la noche. Mis comidas están vitaminadas y con antiparásitos. Y qué bien funciona nuestra Seguridad Social. No esperas casi nada, te atienden con cariño y respeto y te dicen que estás muy guapo.

Las mañanas son muy divertidas. Me dejan al cuidado del lugar. No soy muy fiero, pero debo aparentarlo. Si pasa ante mi casa una viejecita, me subo a la verja como si fuera un león, lanzo un ladrido y no es de extrañar que ella acabe en el suelo y acordándose del alcalde.

Lo más divertido sucede por la noche. A Luna, que vive cuatro calles más allá, se le ocurre ladrar. Para qué queremos más. De inmediato le salen 10 a 12 imitadores. Bueno, 13, porque yo no voy a ser el único en quedarme callado. Entablamos una competición que no parece gustarle a algunos, siempre se escucha a alguien: "¡Esos perros! tírale un zapato". Con lo caros que son los zapatos. Y cuanto más gritan ellos más ladramos nosotros. A ver si en la comida nos dan una vitamina para la garganta pues algunas noches acabo ronco.