Alfonso IX de León, tras reconquistar la Villa de Cáceres en 1229, le otorga fuero. En él se consignan una serie de privilegios entre el que destaca el de tener feria. Esta primera feria iría, a lo largo de 30 días, desde el 15 de abril al 15 de mayo. Naturalmente, y dado que no era viable mantener una feria de tal duración, pasados los primeros tiempos se solicitó, en los sucesivos reinados, el recorte de los días, quedando en 1266 en los últimos ocho días de abril y ocho primeros de mayo. Posteriormente se consiguió su partición, celebrando dos ferias: una en mayo y otra en otoño, que iba desde san Andrés hasta mediados de diciembre. Desde 1896, en que el vizconde de la Torre de Albarragena la reestructura, nuestra feria, con variantes, es la que hoy conocemos: seis o siete días a finales de mayo y primeros de junio y dedicada al rey San Fernando.

Las ferias medievales de ganado eran de mayor duración debido a la dificultad añadida de la lentitud de los desplazamientos y las distancias entre poblaciones en una época en la que estaba todo el territorio por repoblar. Por feria entendemos una celebración de mercado de intercambio fuera de lo habitual (Cáceres contaba también con mercado semanal). En la Villa de Cáceres esta feria siempre fue de ganado.

Fue la razón de ser que, a partir de la segunda mitad del siglo XX, al aumentar las posibilidades de intercambio a lo largo de todo el año por la mejoría en los transportes y la presencia de instituciones bancarias en los propios foros del mercado, las fueron haciendo languidecer, quedando hoy como un mero recuerdo o transformadas en eventos de primer orden en Trujillo o en Zafra.

Para hacer más atractivas la ferias, los concejos fomentaban las actividades lúdicas. A las transacciones de ganado se unía la parafernalia de mercaderes, pobres, putas, saltimbanquis y, lamentablemente, pícaros y amigos de lo ajeno que iban elaborando el concepto de fiestas que tradicionalmente ha acompañado al de ferias. ¿Quién no recuerda lo de Ferias y Fiestas de Cáceres?

Las primeras ferias debieron celebrarse en algunas de las dehesas cercanas, como la de Cáceres el Viejo, o en ejidos de la Villa como Camino Llano, pasando, a partir de finales del siglo XIV a la plaza Mayor (no tan urbanizada como ahora) y posteriormente tras vagar por el ejido de los Mártires y alrededores de la Peña Redonda pasa a un terreno de la denominada dehesa de los Caballos, que empezaría a conocerse como El Rodeo, con abundancia de charcas.

La necesidad de que hubiera tanto tiempo sin feria, entre un mayo y el siguiente necesidad de mercar con especies, cuyo periodo idóneo era septiembre, hizo que se habilitara en 1949 una segunda feria dedicada a San Miguel en los últimos días de ese mes. Esta segunda feria se mantuvo hasta comienzos de la década de los ochenta en que un edil, con cortedad de miras, pensó que suprimiendo una y dedicando los recursos a la otra se iba a hacer una feria monumental. Lo que hizo fue deshacer una tradición de años y dejar la otra mas o menos como estaba.

En el archivo fotográfico de Juan Ramón Marchena se pueden, a principios del siglo XX, casetas instaladas en El Rodeo. En ellas se ofrecían bailes y durante el día bebidas y refrescos. En la primera mitad del XX se hacían, al igual que en Carnaval, bailes en Artesanos y la Concordia. Los programas de fiestas, paralelos a los de feria, recogían toros, dianas floreadas, pasacalles de gigantes y cabezudos con tamboril y dulzaina, cucañas y desde finales del siglo XIX atracciones para los más jóvenes. Estas atracciones eran animales, es decir tiovivos traccionados por burros o volanderas movidas a manivela. En las calles y plazas céntricas, se vendían golosinas y chucherías: palacazú, chufas, altramuces, aceitunas, trenzas de pan...

Las fiestas de principio siglo XX recogían los últimos inventos: Exhibiciones de globos aerostáticos, de aviones (una calle de Cáceres recuerda a Henry Tissier, uno de esos aviadores), del cinematógrafo con barracas en San Juan, en las que se proyectaban las primeras películas, mudas y con una pianola de fondo; o las características fotos con un decorado en el que colocaba la cabeza el retratado.

Las fiestas de los últimos 50 años del siglo XX han venido marcadas por programas continuistas, cada año sabías cuál era el programa antes de que saliera, donde el real de la feria, uno o dos espectáculos taurinos, el hípico, el teatro chino de Manolita Chen, la revista del Gran Teatro, los Gorgoritos, una vuelta ciclista a Cánovas, los churros y "una magnífica exhibición de fuegos artificiales", como rezaban los programas, eran los platos fuertes.

Las fiestas se han celebrado en lugares como las plazas de San Juan, de la Concepción, de Santiago o la Mayor, la zona de la calle San Pedro de Alcántara, Fátima, El Rodeo (frente a la residencia sanitaria), la explanada de la antigua estación de Renfe y más recientemente el paraje del antiguo campo de aviación, conocido desde entonces como el Ferial. En su nueva situación, las ferias y fiestas han crecido llegando a convertirse en protagonista de las mismas la práctica ausencia del mercado de ganados, el elevado número de casetas, institucionales y privadas, donde, un poco influidos por el estilo sevillano, se hace feria de día y de noche. Un magnífico real de la feria, un nuevo hípico, buenos transportes y abundante aparcamiento aseguran su pervivencia. Pero en el entorno urbano pasan desapercibidas. Ya no se ponen luces de feria, sólo hay un pasacalles de gigantes y cabezudos y las tradicionales marionetas de Maese Villarejo junto a la Feria de la Gastronomía y la Artesanía de Cánovas. Naturalmente la feria ha evolucionado, como todo, y el tráfago de la vida diaria casaba mal con ella. Pero yo apostaría, al modo de Badajoz, por el retorno al centro de parte de esa feria, al menos en las horas del día, revitalizando el consumo de tapas y bebidas, sin sevillanas a caballo, y dando vida a la ciudad.