Dentro de unos años, cuando Pilar Boyero haya logrado el sueño de ser figura de la copla, nadie se acordará de esa niña de Salorino que estudió Derecho y siempre quiso cantar canción española. Pero su público, el que le acompañó en su vuelta al auditorio dos años después, no olvidará que se encargó de mantener y renovar un género maldito, como dijo ella misma en su concierto del viernes por la noche, "de folclóricas y tonadilleras". Cuánto ha crecido Pilar. Y qué difícil es demostrarlo en casa a pesar de los 15 años pasados desde que decidió dedicarse a la música. Ha madurado porque su voz está educada, por su soltura en el escenario y porque ha sabido rodearse de los mejores. Jerry González y Jorge Pardo lo demostraron con creces.

La historia de Pilar no es la de tantas que lo han intentado, pero que se han quedado en el camino por razones que en la mayoría de las veces poco tenían que ver con lo profesional y sí con lo personal. Su caso es distinto. Ha buscado y ha encontrado un estilo que la define y aunque beba de las voces más tradicionales de la copla (Concha Piquer, Marifé de Triana...) tiene ese toque marca de la casa.

El presente de su carrera quedó patente en el auditorio, donde sacó adelante con nota alta su invitación a las dos caras de la copla, esa de la bata de cola que nunca muere, y la nueva, con mezcla y fusión, que ha puesto a Pilar Boyero a las puertas de la grabación de su nuevo disco en los estudios madrileños de Javier Limón. Queda ahora el camino, la verdad más difícil del mercado que se traducirá en cifras. Pilar tiene, a pesar del reto, que sentirse orgullosa de haber llegado a tocar ese trocito de cielo donde ya están las que empezaron como ella, enamoradas de la copla hasta que la vida se las llevó. Suerte, Pilar.