Les da igual que caigan 35 grados o 40. Quieren disfrutar y a buen seguro que lo consiguen. Los espectadores del Festival del Oeste acampados en el recinto ferial se inventan cualquier cosa con tal de hacer de la música una fiesta y la excusa perfecta para divertirse. "Métete si quieres, que te invitamos. Además, abrimos toda la noche", bromean cinco amigos de Cáceres y Madrid a los que se les ha ocurrido la brillante idea de montar una piscina portátil en pleno asfalto, muñeca hinchable incluida. Que no falte de nada porque con Obús, Narco y Barricada ya ha valido la pena pagar el abono.

Quique Cebriá y Carmen Muñoz se conocieron en Madrid. Son carteros. Ella de La Dehesa de la Villa y él de Moratalaz. Se abrazan y les gusta el festival, pero piden que los conciertos empiecen más tarde para no tener que aguantar el calor. Volverán el año que viene. Bajo el aspersor fresquito del microclima de la zona de acampada, Gabriel González y Rosalía Gómez se besan en bañador. Vienen de Alicante y Albacete. Sanitario y trabajadora social, les encantan Siniestro Total y Reincidentes. Les gusta que en el ferial "esté todo tan a mano" y frecuentan, a besos, el microclima desde que llegaron.

Marisol, Raquel y sus amigos han colocado la bandera extremeña en lo más alto del toldo que les da cobijo. Todos son de Cáceres y están dispuestos a no perder la oportunidad de empezar sus vacaciones a ritmo de rock y heavy. Tienen un ambiente estupendo, calimocho en mano para refrescarse.

En la trastienda

En la trastienda de los escenarios un equipo humano de un centenar de personas trabaja sin descanso. Todo está a punto. Guille controla los escenarios, con pantalón corto, camisa sin mangas y gafas de espejo. Parece un corredor de maratón. En el cátering Virginia, David, Rocío y Pedro dan de comer y beber a trabajadores e invitados. DYA, que estrena un puesto sanitario de emergencias con un enfermero las 24 horas, permanece alerta para atender incidencia como ARA y Cruz Roja. Es el ritmo de un festival que no para.