Román Hurtado era un oficial de prisiones cuando las prisiones eran municipales. Procedía de Coria y se casó con María Medina. Tuvieron 17 hijos. Uno de ellos, García Hurtado Medina, que nació en Alcántara en 1908, se casó en primeras nupcias en 1931, pero su mujer, tras el nacimiento de sus mellizos, murió de unas fiebres muy altas. García tenía entonces 23 años y era mancebo de la farmacia que don Fermín Alamillo Salgado tenía en Alcántara y de la que don Mariano Terrazas regentaba en Miajadas.

En 1936 García decidió trasladarse a Plasencia para trabajar en los Almacenes Nieto, que eran de don Gonzalo Mateos, reconocido prócer comercial placentino. Fue en ese almacén donde García conoció a Atanasia Muñoz Bueno, que era de Valdeobispo y trabajaba allí como administrativa. Entre ambos nació el amor, se casaron y tuvieron ocho hijos: Román, María Victoria, Rosa, Antonia, Manuel, Carmen, Hitos y Ricardo.

Al estallar la guerra, a García lo movilizaron y lo destinaron a la farmacia del Hospital Provincial. Durante la contienda había en Cáceres otros dos hospitales: uno estaba en Las Normales y el otro en el Palacio de Godoy, al que todos llamaban La Casa de la Madre. García entabló entonces una gran amistad con sus compañeros don Casimiro Bravo Martín, que llevó la Farmacia Boaciña de Pintores hasta su jubilación, y don Agustín Izquierdo, practicante y agente comercial.

En el hospital Provincial trabajaba don Pedro Rodríguez de Ledesma, un reputado cirujano que se casó en la iglesia de la Concepción de Madrid con Inmaculada Vega del Barco y que montó su propia clínica: el Sanatorio de Santa Ana, donde ahora están los Multicines Cáceres. Fue precisamente Rodríguez de Ledesma quien animó a García a que instalara en la ciudad un almacén de farmacia en unos años en que era difícil encontrar gasas y vendas porque en la España devastada esos artículos solo llegaban de Alemania y Estados Unidos.

Así nace, en 1940, Hurtado y Compañía Sociedad Limitada, gracias a las 40.000 pesetas (en aquella época un dineral) que aportaron los socios capitalistas don Pedro, y don Juan Muñoz Manzano, que era farmacéutico. El almacén de García estaba en el número 12 de la avenida Virgen de la Montaña, donde ahora hay una sucursal de Caja Extremadura. En realidad, el negocio comenzó siendo una ortopedia, pero rápidamente se lanzó a los productos farmacéuticos y químicos y después a la droguería.

El almacén se extendía en una planta baja de 300 metros cuadrados. Delante, las oficinas, al fondo las estanterías, con su balanza de precisión, sus fórmulas magistrales, su agua mineral que venía de Torrelavega, sus productos químicos que llegaban de Sevilla y Cataluña y sus jabones, que entonces eran un producto de lujo.

El negocio

García se encargaba de la producción y la parte comercial, viajaba y era un buen relaciones públicas, un hombre apuesto, pulcro y elegante, con cierto aire a Humphrey Bogart, que sabía llevar su negocio. Atanasia se ocupaba de la administración, labor que compaginaba con el cuidado de sus hijos. En los almacenes trabajaban Teófilo Marroyo, Jesús Macías, Paco Iglesias, Gabino, Goyo...

El negocio comenzó tanto a prosperar que en 1945 se crea, al amparo de esos almacenes, la Sociedad Lehuman. García trabaja entonces codo a codo con don Raimundo Rodríguez Rebollo, catedrático exiliado por el régimen al ser republicano, profesor de Física y director técnico de esa sociedad, junto a otro farmacéutico: don Práxedes Corrales.

Lehuman alcanzó fama mundial cuando en la Exposición General de Farmacia se anuncia que en Cáceres los laboratorios de García habían lanzado al mercado el primer plasma humano desecado para transfusiones, hallazgo de gran importancia terapéutica, especialmente en Pediatría y Quirúrgica, capaz de salvar un alto porcentaje de vidas humanas.

Pero en el Cáceres de los años 50 era difícil dar salida a todo aquel potencial químico y Hurtado y Cía acaba disolviéndose. Con el laboratorio se quedan Telesforo Torres y Ramón Muñoz, origen de la Cooperativa Farmacéutica primero y de Industrias Químicas Extremeñas después. Los Hurtado se van entonces a la Casa de los Picos de Cánovas para continuar su negocio, que luego sigue Mari Carmen, una de las hijas de García, con su conocida ortopedia de Santa Joaquina de Vedruna.

Los Hurtado vivieron en Virgen de la Montaña, una avenida con su bulevar de tierra, sus casas protegidas que hicieron los arquitectos Laguna, Chávarri y Ruiz Larrea, y sus edificios modernistas hoy desaparecidos. La Montaña era la avenida más moderna de la ciudad. Allí paraban los autobuses de Magro y de Mirat y en su bulevar los niños jugaban a los bolindres y al clavo. En la Montaña residían Jaime Naranjo, los Rivera Calvillo, Lorenzo González, Juan Delgado Valhondo (el de la farmacia), los Rodríguez Márquez, más conocidos como los Caleros ...

Pronto empezaron a abrirse allí pujantes negocios: Muebles Cordero, Librería Cerezo, la frutería de los Rodríguez Márquez, la Peluquería Macías, la tienda veterinaria de Dámaso Márquez y las cafeterías El Encuentro y El Molino Rojo, que frecuentaban profesores, escritores y poetas.

Los chavales acudían al Insti, que estaba en San Jorge, un edificio que tenía unas brechas del tamaño de un dinosaurio y que estaba apuntalado por detrás con unas vigas enormes. Allí impartían clases don Martín Duque, don Fructuoso Tristancho, que antes de entrar en el aula ya te temblaban las piernas, o don Casimiro Bravo, que daba Religión y que era el guardián de la ortodoxia porque con él tenías que aprenderte al dedillo el catecismo del padre Ripalda.

Entre los alumnos: Manuel Hurtado (uno de los hijos de García), Juan Pérez de las Vacas, Francisco Marcos, Vicente Rodríguez, Fernando Aguilar Corbacho, Luis Modesto Martín Jabato...

Llegan los 60 y Cáceres crece. Muy cerca de la Montaña se inaugura la Fuente Luminosa, obra del ingeniero barcelonés Carlos Buhigas, autor de las fuentes de Montjuic. En San Antón, Antonio Pla vende Vespas y las primeras cabinas telefónicas entran en la ciudad.

García y su mujer trabajan hasta 1985, año en que se jubilan. En los 90 fallecen después de una vida vivida intensamente en la Montaña, la romántica avenida del bulevar en la que nació aquel primer plasma humano desecado para transfusiones que tantas vidas salvó en la España devastada de la posguerra.