Ya nadie escribe postales de Navidad. O casi nadie. Si aún pertenece usted al afortunado grupo de los que las reciben se fijará que la mayoría están escritas con ordenador. La costumbre de escribir a mano desaparece casi al mismo ritmo que la preocupación por lo escrito, por lo bien escrito, por lo bien leído. Le confieso que cuando me enteré de que mis admirados finlandeses iban a dejar de enseñar caligrafía sufrí una bajada de defensas que aún hoy estoy pagando con un catarro. Menos mal que rectificaron y nos aclararon que la enseñanza de la escritura a mano iba a ir acompañada del aprendizaje de habilidades telemáticas, porque me temía lo peor.

Reacios como somos a copiar lo mucho bueno que nos ofrecen otros sistemas educativos ya me imaginaba, sin embargo, a toda la tropa clamando en medios de comunicación y mesas sectoriales por "imitar el modelo finlandés" y dejar la caligrafía. Por eso me alegra tanto que en mi centro --me consta también que en otros-- y a pesar de los elementos intolerantes que siempre existen, sigan las exposiciones de postales navideñas. Asumida la terrible evidencia de que todos morimos analfabetos, como dice Alonso Guerrero en su magnífica novela Un día sin comienzo , solo nos queda la lucha constante para morir lo menos analfabetos posible. Y en eso, créanme, no hay tregua posible ni conformismo aceptable.

Es verdad que los enemigos son muy poderosos, que la inmediatez, rapidez y vistosidad de los medios electrónicos nos llevan ventaja, pero son de consumo rápido y perduran poco, como las falsas amistades. No sé qué pensará usted, pero en mi opinión, nada puede sustituir la elegancia de una escritura correcta, bien alineada, con un trazo expresivo y bien perfilado. Acaso el progresivo abandono del envío de tarjetas postales no sea sino el síntoma inexorable de la decadencia de la cultura de la escritura, quizá de la sustitución de una frase amable que felicita por un mensaje equívoco y mal escrito, puede que el relevo de los ideales con alma por ideologías unívocas de asentimiento.

A lo peor nos abocamos a una civilización hortera y superficial en la que el espectáculo, el histrionismo y los golpes de efecto tomen el lugar de una base cultural sólida y bien construida. No obstante, si usted me lo permite, seguiré escribiendo sobre ello. Es la única manera de entenderlo.