El pasado Jueves Santo acudí a los oficios. Se celebraban en la misma iglesia desde la que saldría un par de horas más tarde una procesión. Con suspicacia me puse a contar los cofrades y acompañantes de los pasos procesionales que estaban presentes en la iglesia. Conté cuatro. Luego he leído en EL PERIODICO que esa procesión iba rodeada de cuatrocientos hermanos. ¿Dónde estaban los trescientos noventa y seis restantes?.

Pase que no estuvieran en la celebración los soldados romanos, que ya se sabe que eran paganos. Pase que no estuviera Pilatos, siempre tan ocupado en asearse. Pase que los fariseos y saduceos estuvieran en el templo de Salomón. Pase que las damas que lucen mantillas retrasaran su salida de casa debido a lo molesto que debe ser permanecer de pie en una misa con esos tacones y esas peinetas. ¿Pero qué podremos decir de los hermanos de carga? ¿Y de los cirineos? A mí me parece que esto demuestra que las procesiones no tienen nada que ver con la liturgia. Y con el evangelio tienen una referencia anecdótica.

Naturalmente al concejal delegado de Turismo este hecho le trae al fresco, pues no es su misión. A los hosteleros no les dice absolutamente nada, pues no influye en el negocio. Pero algo tendrán que hacer otros. Por ejemplo el obispo y el párroco que se inventa la procesión. Y el mayordomo. Y no digamos el director espiritual de las cofradías penitenciales, que debe estar para cosas como éstas y no para presidir y hacer publicidad turística.

Las procesiones eran una muestra de la religiosidad popular cuando nacieron. Ahora, ya desfasadas como muestra de religiosidad, no son más que un espectáculo de vanidades y un negocio rentable para algunos. Que no es poco. Aunque afortunadamente siempre habrá algunos a quienes las procesiones les ayuden a ser mejores personas.