Norma número 9: no salir a la terraza con poca ropa y no más de una persona a la vez. Norma número 4: no bajar a la calle más de dos chicas. Normas números 2, 5 y 6: no cocinar, no hablar fuerte y no tener el volumen alto de la televisión después de las 11 de la noche...

Con estas y otras reglas de convivencia pretendían pasar inadvertidos en el vecindario el grupo de venezolanos que regentaban los prostíbulos domésticos desmantelados por la Policía Nacional en Cáceres en la operación Contactos , dada a conocer la semana pasada, y que mantenía conexiones con dos redes idénticas de Alicante, Albacete y La Coruña.

El listado de las Normas de este piso de trabajo , así las llamaban, forma parte de la documentación incautada en los registros domiciliarios practicados por la Brigada de Extranjería. Estas instrucciones aparecen escritas en una cuartilla de papel con letra de ordenador.

Régimen semicarcelario

Algunas de las reglas son curiosas, como no comer en el sofá (norma 1) o no dejar la cocina sucia (norma 8). Otras indican el régimen al que estaban sometidos los chicos y chicas que se prostituían en las casas: "Cada chica --se lee en el papel-- tendrá de una hora a hora y media de salida al día". "No bajar --a la calle-- más de dos veces al día". Para hacer más efectivas las órdenes, al final se advierte: "El incumplimiento de estas normas tendrá multas".

Instrucciones de este tipo regían el día a día de una veintena de jóvenes de ambos sexos que se prostituían, bajo amenaza, coacción o prácticas de brujería, en seis pisos-prostíbulos que regentó en Cáceres en los últimos 4 años este grupo venezolano, formado por miembros de la misma familia.

"Llegaron a tener cuatro casas de citas abiertas a la vez con una media de cuatro personas trabajando", explican fuentes de la investigación. Estos pisos funcionaron en la calle Londres (Cabezarrubia), Islas Baleares (R-66), Sargento Serrano Leite, Picos de Europa (El Vivero), Gil Cordero (en el edificio Europa) y la calle Argentina. Todos eran alquilados. Al cabecilla, Javier David C. R., le constan hasta 18 domicilios en la región.

La declaración de una de las testigos protegidas en la causa que instruye el Juzgado número 2 coincide con el régimen semicarcelario que evidencia la documentación. "Nos llamaban constantemente y solo nos dejaban salir una hora para comprar comida o mandar dinero a la familia", dice su testimonio. También otra de las testigos, precisamente la que desencadenó la intervención policial al confesar su situación a uno de sus clientes el 13 de abril, aseguraba que en 15 días que llevaba en España "no había salido ni un día a la calle porque no la dejaban".

La estricta disciplina de los pisos tenía la doble función de controlar a los jóvenes y evitar sospechas de los vecinos. De puertas para afuera, apenas podía imaginarse que en el 3º D o el 2º A, al otro lado del tabique, jóvenes de poco más de 20 años, casi todos sudamericanos, vendían su cuerpo.

Presión vecinal

A pesar de las precauciones, no siempre se libraban de llamar la atención. El inusitado ir y venir a todas horas, especialmente de madrugada, de personas ajenas al bloque alertó en ocasiones a los vecinos. Así ocurrió, con el piso de la calle Londres, apuntan las mismas fuentes. Cuando los ocupantes de los pisos detectaban que los vecinos empezaban a sospechar, hacían las maletas y se mudaban a otro barrio.

La policía ha investigado también el piso de otro miembro de la misma familia en la avenida Virgen de la Montaña del que se quejan los vecinos por un trasiego anormal, pero no se han podido reunir pruebas incriminatorias para actuar policialmente.

En todos los pisos, los jóvenes trabajaban a destajo. "Debían estar disponibles las 24 horas y no salir de casa", explican fuentes policiales, para así lograr pagar cuanto antes una supuesta deuda de 6.000 a 12.000 euros contraída con los proxenetas por haberles introducido en España. "Dos chicas estuvieron en un piso de Alicante por el que aún, estando ya en Cáceres, les hacían pagar 1.200 euros de alquiler".

Llegaban a España como turistas utilizando cartas de invitación de españoles. Uno de los testigos protegidos que han declarado ante el juez entró en España con una de estas cartas de invitación redactada en la notaría cacereña de Gil Cordero aunque la persona que le invitaba era una mujer de Valencia.

Algunos venían con la promesa de trabajar en locales de hostelería y ganar mucho dinero. "Se aprovechaban de dramas familiares o problemas económicos para engañarles", dicen fuentes policiales. A dos de los chicos los captó supuestamente el propio cabecilla en Caracas tras mantener relaciones sexuales con ellos. "Se creían que venían como su pareja, los camelaba, y en España, les decía que tenían que prostituirse para pagarle el viaje". Si se negaban, les amenazaban con hacer daño a familiares o hasta con maleficios. En los pisos se hallaron altares y elementos de santería (culto exagerado a los santos).

En el transcurso de la investigación se comprobó que las mujeres y los hombres que se prostituían en estos pisos rotaban cada 20 o 30 días de Cáceres a La Coruña, Plasencia, Alicante, Albacete y Zaragoza para "mantener activa la demanda" con caras nuevas. Así, en los registros se encontraron documentos y números de teléfonos móviles que conectaban los pisos de unas ciudades con los de otras.

Captaban clientes a través de anuncios en la sección de Contactos de los periódicos. Así llegó al piso de la calle Argentina el joven que denunció en la comisaría cacereña la situación que le había relatado una de las chicas y que propició la investigación de la trama de proxenetismo, inmigración clandestina y detención ilegal que se ocultaba en él.

En las casas de citas de Cáceres, ofrecían servicios de 20 minutos por 50 euros (el mínimo) o 30 minutos por 60 euros. Los clientes también podían pasar una hora con una chica por 120 euros o sacarla a una fiesta o cena por unos 300 euros.

Las ganancias

El negocio era lucrativo. En un día "flojo", las ganancias rozaban los 500 euros, mientras que de jueves a domingo, los ingresos rondaban los 12.000 euros. Estos datos figuran en agendas, incorporadas al sumario judicial como prueba, en las que los encargados de los pisos llevaban las cuentas.

Por ejemplo, en las anotaciones de un día, figuran los nombres Andrea, David o Esmeralda (nombres ficticios) a la izquierda y a la derecha, dos columnas paralelas con cifras idénticas, como 25, 30 o 60 (supuestamente euros). "Anotaban ya el reparto de las ganancias al 50%: la mitad para las chicas y la mitad para ellos", explican fuentes del caso. Solo se anotaba el total de una de las columnas, la que supuestamente registraba la ganancia de la casa. Del sueldo de las chicas se descontarían después las multas por incumplir las normas. Una forma de no liberarlas jamás.