De la última y persistente crisis política hemos salido algunos españoles -los no votantes del partido del Gobierno- más deprimidos y doloridos que en las numerosas ocasiones anteriores. Esta malhadada crisis, a la que me estoy refiriendo, nació con el siglo y con el milenio, ha perdurado durante más de tres lustros, entre tropezones y recaídas; gracias a las torpezas testarudas de los que han regido los destinos ciudadanos durante este tiempo; imbuidos de un complejo de autosuficiencia; de un impulso de autoritarismo -engarzado en un gran bigote negro de forma trapezoidal- y de un neoliberalismo thatcheriano que solo ve en las guerras y conflictos que puedan provocarse en diversos puntos del globo, la solución de los problemas económicos nacionales. Con lo cual, los militares españoles han sufrido más de un lustro de inquietudes bélicas en Iraq, en Afganistán, en el promontorio de Perejil y en el accidente del Yakolev 43, que fue la culminación de despropósitos de todo este proyecto de Nación en Paz, con el que soñaban los españoles.

Desde 1996 comenzaron los desmanes, las enajenaciones de los bienes del Estado, las guerras absurdas - montadas sobre mentiras- y las inflamaciones nacionales producidas en el cuerpo social por procesos infecciosos, que fueron apareciendo en nuestras propias carnes.

Fue el resultado de ‘Un Nuevo Proyecto de País’ diseñado a base de privatizaciones fraudulentas de las grandes empresas nacionales; de malbaratar a bajo precio el solar patrio en una burbuja urbanística -la Ley del Kilómetro- incluidas costas, playas y lugares pintorescos -de alto valor ecológico- mediante parcelaciones fraudulentas, en manos de constructoras o emprendedoras vinculadas al Gobierno; asistentes a una fabulosa boda que llenó muchos más bolsillos y faltriqueras que las propias de los invitados.

El ambicioso ‘Proyecto’ incluía también abandonar a la desidia y a la degradación a los Hospitales Públicos, a los centros de Enseñanza Oficial; a los laboratorios de investigación, o a cualquier otro Servicio Social que pudiera explotar el capital privado, convirtiéndolo en lucrativo negocio por encima de las necesidades de las gentes que no le pudieran pagar.

También daba lugar a numerosos diviesos políticos -corruptos y malolientes- que surgían por todas partes desde última legislatura conservadora; a la que ya muchos españoles comenzaron a llamar la “legislatura podrida”. La que padecemos todavía en 2017, cuando ya todos estos abscesos han comenzado a estallar en forma de tramas, procesos judiciales, denuncias y manifestaciones, imputaciones y juicios, etc. Resultado del tsunami legislativo que se llevó por delante los derechos laborales y salariales de los trabajadores; la honestidad en la gestión de los servicios y de las empresas públicas; la moderación en el tratamiento estatal de los rescates bancarios, frente a otras necesidades sociales mucho más humanitarias y justas, que han sido recortadas y degradadas en aras del equilibrio presupuestario; que ha significado el desequilibrio de los presupuestos familiares de una gran mayoría de los españoles.

Como apoyos a este nuevo ‘Proyecto de País’ no deberíamos olvidar los consejos y buenos deseos del Director del Banco de España: “Hay que bajar los salarios y subir los impuestos; si queremos equilibrar los “déficits” y conseguir la máxima eficiencia del PIB…” O los más caritativos de la presidenta del FMI, ejemplo de mujer juiciosa y caritativa. “La longevidad de los jubilados es un grave inconveniente para el mantenimiento del sistema financiero español…”.