Contemplamos en nuestro paseo un espacio vacío, un arco que no existe por ignorancia y vandalismo de un gran prócer cacereño y nuestro ayuntamiento. Aquí, en esta plazoleta agradable, donde hasta hace algunos años existían construcciones, se alzó hasta 1879 el Arco del Socorro o Puerta de Coria, la más septentrional de las cuatro puertas romanas que poseía la ciudad. De las cuatro puertas romanas únicamente nos resta hoy una, la del Río o del Cristo. Otra (la situada en la plaza de las Piñuelas) fue anulada --probablemente-- por los almohades por ser fácilmente practicable, la cuarta, la puerta de Mérida, se derribó en 1751 por no permitir el paso de carruajes (¿les suena a algo?). Como se puede ver, las barbaridades contra el patrimonio no son exclusivas de esta época que nos ha tocado en suerte.

El aspecto de la puerta sería, según los documentos que nos han llegado, muy similar al Arco del Cristo: arco de medio punto, amplias dovelas almohadilladas y una hornacina en la que se situaría la imagen protectora, en este caso la Virgen del Socorro, que, una vez perpetrado el derribo, se situó en una hornacina sobre el muro de la contigua Casa de los Condes de Trespalacios. Esta costumbre de colocar imágenes protectoras sobre las puertas --públicas y privadas--, la tomó --sincréticamente-- el cristianismo de la pagana Roma, donde la imagen de Juno, el dios bifronte, se colocaba sobre las puertas y protegía --con cada uno de sus rostros-- la entrada y la salida. No en vano el primer mes del calendario, enero (januarius), está dedicado a esta divinidad que protegía el año saliente y el entrante.

Dos torres

La puerta del Socorro, estaría --en aquella época-- flanqueada por dos torres, hoy camufladas ambas en vivienda, una integrada en la casa de los Trespalacios y otra entre la calle Zapatería y el Arco de España (que se llamó Arco del Rey hasta la II República) y que se aprecia bien desde ambas calles. A los pies de esta torre estaba el patrón de medidas de la Villa. El actual arco, con magnífica bóveda de ladrillo visto, fruto de los buenos albañiles cacereños, que une la Casa de los Condes de Trespalacios con la de los Márquez de la Plata, es obra, con bastante seguridad, del siglo XVIII.

Con un ejercicio de imaginación podemos hacer fácilmente una reconstrucción ideal de cómo sería la puerta con las dos torres que la defendían y la Torre de los Cáceres al fondo. En la moderna plazoleta que se abre ante nuestros ojos podemos observar, junto al jardín, los ciclópeos sillares romanos, que dos mil años después, siguen manteniéndose en pie.

Por esta puerta, según tradición inveterada, entraron las tropas cristianas de Alfonso IX en la definitiva reconquista de la plaza en 1229, una vez que aquéllos que habían entrado por el callejón de Mansaborá encendieron hogueras como aviso a los que fuera de la muralla esperaban. Esta historia, sólo transmitida oralmente, es el origen del encendido de hogueras en la víspera del patrón de la Ciudad, San Jorge Megalomártir.

En 1879, Joaquín Muñoz Chaves, senador, diputado y decano del Colegio de Abogados, tuvo la brillante idea de derribar el arco romano, alegando que era un foco de suciedad y de infecciones y que su arquería era poco menos que un insulto al buen ornato de la ciudad. Propuso la aberración al ayuntamiento, a la sazón presidido por José López-Montenegro y, bajo el visto bueno del arquitecto municipal Emilio María Rodríguez se autorizó la destrucción del arco, cuyos gastos correrían a cuenta del dichoso Muñoz Chaves, quien podría hacer libre uso de los materiales del mismo.

Hay que decir, para entender la influencia del personaje, que Joaquín pertenecía a una saga de políticos de origen trujillano: era sobrino de Joaquín Muñoz bueno, alcalde de Cáceres en 1874; hermano de Juan Muñoz Chaves (cuya estatua, erigida por suscripción popular, se encuentra en la parte baja del paseo de Cánovas), la cabeza visible del Partido Liberal y que gobernó durante décadas la provincia a través de una compleja red clientelar; y padre de otra generación de notables personajes de la vida pública, los Muñoz y Fernández de Soria.

Intervino la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en el asunto, e incluso envió un oficio al Ayuntamiento pero --como es de todos sabido-- las cosas de palacio siempre fueron despacio, y cuando llegó a Cáceres del arco no quedaban ni los cimientos. El ayuntamiento respondió que ninguna persona entendida lo había tenido jamás como cosa de mérito alguno. Y se quedaron tan panchos. Por desgracia, la insensibilidad hacia el patrimonio no es algo propio de esta época nuestra y ya ven como en pleno siglo XIX por la ignorancia y prepotencia de un prócer y nuestro Ayuntamiento nos vimos privados de contemplar la histórica Puerta del Socorro. Aprendamos.