Acaba de presentarse el PGOU, o sea, el plan urbano del futuro, pero a los habitantes de la ciudad feliz les ha dado por recordar el pasado.

Como todos los años por estas fechas, columnistas y escritores epistolares de Cartas al Director rememoran los tiempos idos y dichosos en que el ocio giraba en torno al Bombo de la música del paseo de Cánovas. La ciudad feliz prefiere la nostalgia a los planes y compone páginas líricas del ayer en vez de entusiasmarse con las 65.000 viviendas del mañana.

El Plan que más lustre dio a Cáceres fue el que creó el paseo de las afueras de San Antón. Ahí nació el primer ensanche moderno de la ciudad feliz . Era 1887 cuando se presentaron los planos de aquel pgou . En ese tiempo, en Cáceres sólo te podías esparcir en los paseos Alto y de San Francisco. Nueve años después, ya podías recorrer el nuevo parque, que tenía un templete donde los domingos tocaba la banda municipal y cada pocos meses acogía juegos florales, juras de bandera y paradas militares.

La carpa de la Concordia

El meollo del paseo quedaba frente a las Hermanitas de los Pobres, donde se instaló primero una caseta de tiro de feria, después unos quiosco de bebidas y en las fechas señaladas, hasta la alta sociedad acudía a la carpa que plantaba el Círculo de la Concordia con su terraza y su tómbola.

El paseo no tuvo nombre hasta que no mataron al primer ministro, Antonio Cánovas, mientras tomaba las aguas en Santa Agueda. La noticia la divulgó por Cáceres a base de telegramas un gobernador civil que usaba sombrero de paja y era administrador del Duque de Abrantes y gran cacique del Partido Conservador en la provincia. Se llamaba Federico Belmonte y como Cánovas murió en 1897, justo al año siguiente de inaugurarse el paseo, se decidió honrar su memoria bautizando con su nombre aquel nuevo parque de la ciudad feliz .

Con los años, en la zona del templete situó su terraza de verano el café Mercantil, que estaba en la esquina de la avenida de España con San Pedro de Alcántara y cobraba una perra gorda de alquiler a quienes usaban las sillas de hierro de la terraza.

El Bombo seguía con sus conciertos en primavera y verano y allí sonaban cada domingo los acordes de La Gran Vía o de Jugar con fuego interpretados por la banda municipal que dirigía Arturo García. Pero el huracán de 1941 causó graves estragos en la cubierta del templete: voló la primitiva chapa de zinc y hubo que rehacerlo.

Se encargó de su reconstrucción el arquitecto Angel Pérez, autor de obras emblemáticas de la época como el edificio de la actual Escuela de Idiomas o las viviendas protegidas de San Blas y del Espíritu Santo. Se reinauguró en 1942, presidido por un pináculo fascista con yugo y flechas que recomendó instalar el jefe provincial de Falamge José Luna.

El Bombo quedó muy clásico. Muy... como todos los bombos y llenó Cánovas de un encanto provinciano particular. Pero en 1999, alguien tuvo la brillante idea de modernizar aquel símbolo de la ciudad feliz y convirtió lo clásico en esperpento, lo airoso, en mamotreto, lo bello, en adefesio: se amplió hacia el sur amparándose en la traicionera excusa de la funcionalidad y salió un estrambote sin gracia ni sentido que indigna a los cacereños, sobre todo en primavera.

En Salamanca, con motivo del 250 aniversario de la plaza Mayor, han recuperado temporalmente el templete de la música que ocupó el centro del ágora salmantina. Se reinauguró el uno de mayo con profusión de actos. En la ciudad feliz no haría falta recuperarlo, bastaría con devolverle su encanto y sus conciertos. Por eso los ciudadanos escriben cartas melancólicas a EL PERIODICO y comentan que está muy bien lo de las 65.000 viviendas, pero y el Bombo, ¿qué dice el PGOU del Bombo de Cánovas?