En mi niñez y adolescencia el verano se preparaba sin problemas. Comenzaba con la recuperación de la sahariana del año anterior, que solía ser de color caqui o gabardina. Luego era necesario encontrar el botijo (algunos le llamaban ´piporro´) y llenarlo de agua varias veces hasta que perdía el sabor a barro. Finalmente, calzarse unas playeras. Y tampoco venía mal un pelado ´al cero´. Y todo esto para pasarse las tarde-noches en la plazuela, en Cánovas o en el paseo Alto, que eran los lugares más frecuentados por los cacereños, porque muy poca gente iba de veraneo. Los más pudientes a Figueira da Foz. Otros comenzaban con Hervás. Si tenías casa en un pueblo era un regalo de los dioses a pesar de las moscas y los malos olores. Y con una sola piscina en la ciudad.

Puesto que ya no hay fronteras la gente busca lugares cada vez más exóticos sin importarle las vacunas, los islamistas radicales o las guerrillas. ¿Y quién cuida de Cáceres en estos meses?. No preocuparse. Quedan algunos por culpa del euribor. Pero sobre todo se quedan Franquete y Juanvic. El primero porque, caído en desgracia Saponi, es el presidente de los ´Catovis´. Juanvic porque tiene un huerto en ´las Torres´ repleto de tomates y espinacas y se los tiene que comer.