La ruta cacereña del ruido está llena de ojeras y cabreos monumentales. Un sondeo realizado por este periódico puerta a puerta en las principales zonas de la movida desvela que hay muchos insomnes forzosos a las tres de la mañana, esperando a que baje la música del bar próximo o a que la gente deje de pegar voces a la salida. Además del caso de la plaza Mayor publicado ayer por este diario, en la Madrila alta y Pizarro el malestar es generalizado. Algunos vecinos rozan la desesperación por la cercanía de los pubs de moda y la falta de medidas municipales. "Aquí sí que no hay quien viva", denuncia la familia Manzano en doctor Fleming, cansada de los conciertos que programa el local del bajo cada jueves. "Pues aquí, cuando termina la juerga y cierran los bares, además se ponen a mover botellas y cajas en plena madrugada, es increíble", se queja una madre de la calle Pizarro. En la Madrila baja persisten los problemas, aunque la situación se ha suavizado.

Un choque de intereses en el que también esgrimen sus razones los hosteleros, que viven de la noche, del ocio de los que salen a divertirse, y que además se topan con broncas y denuncias cuando se esfuerzan por enriquecer la oferta cultural con conciertos.

FAMILIA MANZANODoctor Fleming, portal 11

Los siete miembros de la familia Manzano Sánchez viven justo sobre una cafetería que programa actuaciones de jazz los jueves por la noche. "Mira, en mi cuarto suena la trompeta, el saxofón y todo lo demás, y en el baño ni te imaginas. Tengo una madre anciana de 84 años y dos hijos universitarios que no pueden estudiar. Esta noche hay concierto, pues bien, todos levantados hasta pasada la una de la madrugada. Después la gente sale, monta la tertulia en la calle... Es una verguenza", relató ayer la madre de familia, que asegura que ya han interpuesto varias denuncias. "Estamos esperando la medición de la policía desde diciembre --agregó--, pero dicen que el aparato está en revisión".

ESTHER Y VIRGINIACalle Niza esquina Bruselas

Estas dos universitarias de 20 y 21 años viven en la calle Niza, un vial más bien angosto de la Madrila alta, donde los bares apuestan por una oferta cultural de conciertos y otros actos. "La música de las actuaciones sube por los pisos, el jaleo de la gente al salir y entrar de los bares también se mete en las casas. Los jueves aquí no se duerme hasta las dos o tres de la mañana, y los sábados la juerga dura casi toda la madrugada", declaraban ayer en su vivienda alquilada. Virginia es más sensible con el ruido, lo lleva peor, incluso ha tenido que irse a casa de sus padres para estudiar los exámenes. "Lo mío tiene delito, porque vengo de otro piso alquilado en la plaza, no escarmiento...", confiesa.

ALFONSO GARCÍAHernán Cortés, porta 3

En la Madrila alta, cualquier mejoría reconforta después de los tiempos vividos. Alfonso ocupa una planta baja con vistas a Albatros y lo confirma: "Este es uno de los bloques con más bares debajo, ahora mismo tres, pero es cierto que el ruido de los locales ha disminuido en cuatro años y que hay menos gente metiendo escándalo en la calle", explica. Los vecinos lo achacan al traslado del botellón al ferial. "Ahora la mayoría de los inquilinos pueden dormir, cosa que antes era difícil, pero claro que siguen las molestias y quejas: algunos bares reabren por la mañana, la gente viene en malas condiciones y continúa la orina, los vasos y la porquería en la calle".

TERESAHernán Cortés, portal 1

Varias de sus habitaciones dan hacia Albatros. "Antes la música subía por las tuberías, era atronadora, el suelo retumbaba y podías bailar en casa, en la cama o en el ascensor. Ahora ha bajado un poco y es cuestión de coger el primer sueño, porque si te despiertas...", comenta. Teresa ha tenido el mérito de criar a tres hijos con la movida a pocos metros: "Lo peor era cuando me levantaba a darles el biberón, ya no podía conciliar el sueño". Pero aún le afecta el vandalismo: "El coche suele aparecer con un espejo roto, un rayón o algo así".

CARMENHernán Cortés, portal 1

Carmen, de 70 años, tiene un piso amplio y luminoso, y una terraza privilegiada, pero con un pequeño problema: vive en una primera planta orientada hacia la plaza de Albatros, aunque bastante elevada por la existencia de bajos y sótanos. "Durante un tiempo ha sido horroroso, horroroso de verdad, y últimamente menos, aunque los fines de semana sigue retumbando el ruido hasta las cuatro o las cinco de la mañana. De todos modos parece más soportable y la costumbre ya hace que acabemos durmiendo", confiesa resignada. Su hijo estudiaba una carrera y tuvo que buscar otra casa para poder concentrarse en los estudios.

NAIMACalle Pizarro

Vive en Pizarro hace algunos meses con su marido y sus hijos de 3 y 8 años, pero ya piensa en cambiar de piso. Su casa está situada en una primera planta entre dos bares de copas. "Es horrible, no podemos dormir. Hasta las tres y media o las cuatro de la mañana no hay quien te quite la música, oigo las canciones desde la cama, me las sé de memoria, le digo a mi marido: mira, ahora viene la de Paulina Rubio ", relata con ironía. "Sí, al principio estaba de mala uva, pero casi te acostumbras a la fuerza, lo malo es que mi hijo tiene un problema, se despierta y le cuesta recuperar el sueño por la música y el cachondeo de la calle", lamenta.

BASILIOCalle Pizarro

En una segunda planta de Pizarro tiene su casa Basilio, un cacereño ya entrado en años que cuenta su problema desde el balcón mientras disfruta de un puro al sol de mediodía: "Llevamos siete u ocho años durmiendo de las tres de la madrugada en adelante por el jaleo de los bares, y cuando llamas a la policía no creas que te hacen mucho caso", relata señalando la puerta de un local cercano. Finalmente ha optado por una solución práctica que amortigua los efectos del ruido: se mete en la cama con tapones en los oídos.