¿Quién dice que los Reyes Magos no existen? El pasado viernes, después de muchos años, sus majestades cumplieron mi más codiciado deseo, que no es otro que encarnar la figura de uno de los protagonistas de la cabalgata: el Rey Melchor. Desde muy pequeño he sentido una gran atracción por la figura mágica de los Reyes y toda la tradición que a través de los siglos se ha forjado a su alrededor.

Cuando era pequeño, en Ferrol, ciudad en la que discurrió mi infancia, el milagro de los Reyes Magos se repetía cada vez que mi padre, marino de profesión, regresaba de América, donde pasaba largas temporadas en bases de la marina de los EEUU aprendiendo el funcionamiento de las máquinas de algún barco que, al abrigo de los acuerdos suscritos por aquel entonces, nos enviaban los americanos.

Al regreso de uno de aquellos viajes, que coincidió con las vacaciones de Navidad, el día de Reyes encontré a los pies del nacimiento un robot que tenía luces que se encendían y se apagaban, andaba solo y cuando chocaba con la pared giraba y continuaba su camino. ¡Qué maravilla! El robot hizo las delicias de los niños del barrio hasta que, como es lógico, se rompió y no se podía arreglar. Ante ese desastre, al año siguiente en mi carta a sus majestades pedí un robot igual y, claro está, los Reyes pensaron que no había sido lo suficientemente bueno y me dejaron unos Juegos Geyper. Fue estupendo. El robot americano terminó en el baúl de los juguetes olvidados. La magia volvió a funcionar.

Hoy, muchos años después, sus majestades siguen hallando el camino de mi casa y alimentan mi fantasía. Este año mi regalo ha sido nada más y nada menos que participar en la cabalgata de la ciudad de la que me siento hijo adoptivo, representando a Melchor. ¿Quién se acuerda ahora del robot? ¿Quién se acuerda ahora del disfraz del cabo Rusty de la serie Rintintin? La magia ha vuelto a funcionar y ahora el único regalo presente en mi vida es precisamente este. La figura del Rey Melchor en las calles de Cáceres. Pero se trata de un regalo de ida y vuelta ya que no solo me ha hecho sentir en la piel la magia del misterio de los Reyes Magos, sino que me ha permitido llevar esa magia a miles de niños y mayores que desde las aceras miran sorprendidos el discurrir de la comitiva por las calles de Cáceres. ¡Oh, la magia!

Y qué decir de todos esos niños enfermos ingresados en los hospitales, o los mayores en las residencias de ancianos que están tristes porque no han podido ver la cabalgata. ¿Os imagináis la cara que ponen cuando los Reyes entran por la puerta de la habitación con un pequeño regalo? Es una imagen que no se puede narrar. Hay que vivirla.

Pero lo que no se puede narrar con palabras es la escena que pude vivir durante la noche, cuando a las 4 de la madrugada entré en la habitación de un niño con el que había tenido la ocasión de hablar desde la carroza; el niño me decía que en su carta había un olvido importante: la bicicleta que era lo que más deseaba.

Su cara al despertar y ver que era el Rey Melchor quien le traía en persona su regalo tan deseado fue la garantía de que la magia de la navidad no pasará. ¿Qué valiente le dice a ese niño que los Reyes no existen?

Os aseguro que mi regalo de Reyes de este año no terminará nunca en el baúl de los juguetes estropeados. Quiero agradecer a la Concejalía de Cultura el gran honor que me ha dispensado al permitirme vivir estos momentos inolvidables. Pero este agradecimiento quiero personificarlo en la figura de Juan Narciso García Plata. El dice que es el jefe de Protocolo de la Casa Real de Oriente" pero yo sé que en realidad es el alma de la cabalgata. Gracias Juan, mi buen amigo.

También quiero agradecer el trabajo callado de un importante grupo de profesionales que en hospitales, casas de acogida, residencias de ancianos... son los verdaderos Magos de la sociedad. De verdad ¡gracias!

Y por último, y por eso más importante, quiero daros las gracias a vosotros niños por hacerme sentir la magia, vuestra magia, que debería ser el único y verdadero motor de este mundo descreído que nos toca vivir.