Durante el puente de mayo fui a visitar a un amigo. Como es habitual en estos casos me llevó a recorrer su ciudad y no paraba de exaltar sus excelencias, entre las que sobresalía su vocación marinera. Apenas pude intervenir para preguntarle: "¿Quién manda aquí?". Esperaba yo que me dijera algún nombre de alcalde o las siglas de un partido político, pero me sorprendió con una relación de empresas.

Al ver mi cara de asombro decidió aclarar sus palabras. "En realidad aquí hay uno que cree que manda, pero la verdad es que no manda nada. Bueno, manda en las cosas sin importancia. Las señales de tráfico, el sentido de la circulación, el horario del riego, el nombre de los parques, pone firmes a sus concejales... y para de contar. Porque en las cosas importantes está a las órdenes de ellos. ¿Por dónde se extiende la ciudad? ¿Cuál es el volumen de edificabilidad? ¿A quién se le conceden las licencias de las obras importantes? ¿En manos de quién están las concesiones sabrosas? ¿Qué empresas se instalan, dónde y de qué manera? Todo eso lo deciden otros".

"Y si se trata de las relaciones con el gobierno de la nación o de la región --prosiguió--, ni te cuento. Ni una gestión importante, ni una reclamación con éxito, ni un logro trascendental. Porque para hacer algo de eso hay que tener poder. Ahora, eso sí, paseos con ministros por la ciudad y fotos, los que quieras. El ciudadano desinformado ve presidir procesiones y actos públicos a uno. Le ve inaugurar edificios, descubrir inscripciones, ocupar las páginas del periódico local, escucha sus palabras en la tele local que está a su servicio y piensa que es quien manda. Incluso el propio afectado llega a creérselo y presume como un pavo real. Pero mandar, lo que se dice mandar, eso lo hacen otros".