La pasada semana, en el transcurso de una cena en Mérida, el embajador de Portugal, de visita por Extremadura, opinó sobre la celebración del Womad en Cáceres. El diplomático pensaba que se trataba de un mero festival de música, pero enseguida se percató de que no se trataba sólo de música, sino de uno de los temas políticos que más encienden a la ciudadanía. Al instante, el embajador, con sutileza, replegó velas y cambió de tema con ironía: "Yo, de política, no hablo".

Hace años, una amiga decidió refugiarse en Cáceres tras diversos avatares personales. No había venido nunca y el autobús que la traía de Santander llegó a la estación la tarde en que acababa el Womad. Bajó del autocar y se encontró con decenas de pelúos con ropas estrafalarias y timbales que dormitaban en el suelo o sobre los bancos y sólo levantaban la cabeza para cerciorarse de que su autobús no partía aún.

Bohemios y rastafaris

Mi amiga, una dama de costumbres convenientes, recuerda divertida que se hundió al pensar que había llegado al último reducto hippie de Europa. Después le explicaron que aquella proliferación de bohemios y rastafaris se debía al Womad y que era una circunstancia que sólo se daba durante cuatro días de mayo. El resto del año, Cáceres era una capital seria... Una ciudad feliz .

Mis sobrinas, sin embargo, sólo traen a sus amigos forasteros cuando llega el Womad para presumir de vivir en la capital más cosmopolita, desenfadada y vanguardista de España.

Estas anécdotas resumen la esencia de un festival que encierra en el fondo de su filosofía la pelea ideológica más antigua y clásica: la dialéctica entre tradición y modernidad que en Cáceres y en mayo es incapaz de alcanzar la síntesis hegeliana. Y este año menos que nunca.

En la ciudad feliz , todos los políticos dicen querer el Womad, pero todos lo temen. La derecha ganó el ayuntamiento gracias a un escándalo propiciado por el Womad, pero si aparece como la culpable de que se muera sabe que sus votantes jóvenes y liberales y la hostelería no se lo perdonarán.

La izquierda, tras el escándalo Womad versus Virgen de la Montaña que la llevó a la tumba, quiere que los conciertos regresen a la parte antigua porque en el abrevadero del hípico no tienen razón de ser, pero le da pánico que algún incidente la condene a la oposición eterna.

Y así están las cosas: si el Womad se muere, la derecha cargará con las culpas; si el Womad provoca un escándalo, la izquierda será excomulgada. La síntesis entre tradición y modernidad se llama profesionalidad: rigor horario, eficacia en servicios y protección civil. La profesionalidad no es de izquierdas ni de derechas, pero en la ciudad feliz parece que sólo se usa con la tradición (San Jorge, la Virgen, Semana Santa).