Recuerda su infancia en El Carrucho en una chabola de tablas que construyó su familia y en la que vivían 11 personas, incluidos su madre y sus hermanos. Juan Silva, que no conoció a su padre porque se murió nada más nacer él, es miembro de la Asociación El Chandí. A sus 29 años, este gitano, casado y padre de dos hijos --"mis gemelos", como dice él-- confía en que este colectivo pueda cumplir sus sueños: una estabilidad laboral, una limpieza de Aldea Moret y un plan de actuación que haga posible "que mis hijos --comenta-- estudien y vayan a la escuela".

Aunque la niñez fue muy feliz, la situación mejoró cuando su familia consiguió una casa en el Cerro de los Pinos, que ya se ha quedado pequeña para tanta gente. Juan empezó a trabajar a los 13 años. Ha limpiado coches, ha recogido fruta de temporada... pero aún no ha conseguido una vivienda propia, otro de sus grandes objetivos.

Joaquín Navarro también está en la directiva. Con sombrero y corbata, retrata parte del pasado de los gitanos cacereños. "Hace muchos años vivíamos en barrios discriminados y olvidados, El Carrucho y El Junquillo. No teníamos ni voz ni voto. Durante 30 años estuvimos en sitios llenos de miseria y suciedad hasta que nos dieron una casa con luz y agua". Así refleja el duro proceso de adaptación de un pueblo que ahora pide "una oportunidad". Están convencidos de que sin ayudas darán "un paso atrás y será como volver a la basura y a la mierda".