Aunque los seminaristas que estudian en Cáceres tienen una continua predisposición a la sonrisa y el buen humor, Raúl Hernández destaca por su especial talante alegre y dicharachero. Al contrario que sus compañeros, quiso ser sacerdote desde que tuvo uso de razón, un ánimo que le ha ayudado a superar ya cinco difíciles cursos de formación eclesiástica, "eso sí, con la ayuda de Dios, y mucha", confiesa. Nacido hace 23 años en Guijo de Galisteo y alumno del seminario desde los 16, Raúl no sueña con el Vaticano, ni con el obispado. El quiere ser un cura de pueblo, pequeño, rural, para ayudar a sus vecinos. No obstante, acatará el destino que le llegue.

"En mi caso no hubo sorpresas. Mis padres, mis amigos, mis profesores..., todos los de mi entorno sabían que yo iba para sacerdote porque desde niño me encantaba la iglesia, siempre estaba allí metido", explica. En pocos meses acabará sus estudios e iniciará por fin su experiencia pastoral de un año codo a codo con la gente, lejos del amparo del seminario. "¿Si tengo miedo a algo? Reconozco que me impone bastante la oratoria, hablar, predicar, la incertidumbre de si podré llegar bien a la gente con mis palabras o no, pero bueno, con la práctica creo que iremos avanzando", señala confiado.

Integrado en su tiempo

Y aunque su vocación no es la más común en la actualidad, Raúl se siente por completo integrado en su ámbito, incluso percibe que la gente tiene una especial confianza hacia él. Precisamente desde esta experiencia considera que los jóvenes de hoy arrastran una carencia importante: "Veo que se divierten mucho de puertas para afuera, pero que en el fondo no son felices, está claro, les falta algo, y ese algo es Dios. Intentan llenar su vacío con otros alicientes pero no funciona, nunca funciona, porque ese hueco corresponde a quien corresponde y no hay forma de cubrirlo", opina.

Además, y pese al correr de los tiempos, Raúl y sus compañeros perciben que en sus pueblos se sienten complacidos de tener de convecino a un futuro cura, y agradecen su dedicación. "Es cierto, la gente lo valora y eso nos hace sentir bien", señala.

Raúl admite que, además de su vocación sacerdotal, tiene otra inclinación que le ha marcado desde la niñez: la música. "Siempre quise ser músico y cura", afirma. Toca con soltura la flauta, el tamboril y el piano, y actualmente se está preparando las pruebas de acceso al conservatorio oficial por este instrumento para estudiar órgano, su gran aspiración.