La ciudad monumental tenía un gran colorido en el siglo XV. Los palacios eran ocres, blancos, alveros, de tonos vivos y escudos de armas policromados. Los cuatro grandes templos de la época, Santa María, San Mateo, Santiago y San Juan, lucían grandes colgaduras y otros tantos escudos representativos de las grandes familias. Pero sobre todo era un concejo enfrentado. Muchos domingos al salir de misa, entre grandes pompas y exquisitas vestiduras, las familias nobles se enzarzaban en continuas refriegas cuerpo a cuerpo para lograr la supremacía y detentar el poder en Cáceres. Todo hasta que llegó la reina Isabel la Católica.

Así lo relata el historiador y escritor cacereño Francisco Acedo, concejal socialista del ayuntamiento, encargado de abrir el nuevo ciclo de conferencias del Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos, esta vez dedicado a Las huellas de Isabel la Católica en Cáceres . Acedo pronunció ayer la primera charla sobre la nobleza cacereña en tiempos de la reina, y realizó un curioso paseo imaginario a través de la ciudad en pleno siglo XV.

LAS GRANDES FAMILIAS Por entonces convivían en el concejo varias familias nobles, algunas de gran relevancia venidas a menos, como los Mogollón, "y otras que habían llegado más tarde pero de gran importancia en la época, como los Carvajal, Ulloa, Ovando, Golfín, Monroy y Solís", relata Acedo.

Ciertos personajes cacereños cobraron una dimensión internacional en la época, como Frey Nicolás de Ovando, primer gobernador de las Indias; su padre, Diego de Cáceres Ovando, gran paladín de los Reyes Católicos; o Hernando de Ovando, comendador de la orden de Santiago y uno de los primeros militares en entrar en la Alhambra en el año 1492.

Sin embargo, los nobles estaban enfrentados por lograr un triple poder: el del concejo, el de las tierras que rodeaban Cáceres y el de las órdenes militares, sobre todo Alcántara. "Había dos bandos fundamentales: por un lado los Ovando, los Solís y familias afines, y por otro los Torres, los Ulloa y algunas casas más", recuerda Acedo. Eran las llamadas banderías y provocaban graves altercados. En cada palacio vivían dos y tres generaciones de la misma familia vinculadas al mayoralgo o primogénito (heredaba todo el legado), y era fácil verlas en plena pelea con el bando contrario.

Isabel la Católica fue una figura crucial en la historia de Cáceres, ya que favoreció el cambio de esta sociedad medieval, feudal, con una clase noble de absoluta preponderancia, a un estado nación moderno con un poder asentado en la monarquía.

La primera visita de la reina a la ciudad fue en 1477, cuando juró los Fueros de Cáceres junto a la Puerta Nueva (hoy Arco de la Estrella), dictó las ordenanzas municipales y decretó el fin de las banderías nobiliarias. Pero no logró su propósito y tuvo que regresar en 1479 para acabar con estos enfrentamientos. Con tal objetivo ordenó desmochar las torres, cegó los matacanes (evitando así el derrame de aceite hirviendo desde las torres), impuso multas y dictó destierros.

"Isabel la Católica creía en la burocracia, de ahí su afán de regulación. Creó una casa para el ayuntamiento y los doce regidores se elegían por sorteo", explica Acedo. Además, concedió a la ciudad su actual escudo con los símbolos de Castilla y León.

LOS PROSTIBULOS Esta inquietud también le llevó a regular la prostitución. Puesto que los gremios se reunían por calles (Caleros, Tenerías, Pintores...), la reina concentró el oficio en la calle Damas, donde se ubicaron las denominadas casas de pecado mediante la ordenanza dictada en 1491.

Pero además, Cáceres no tenía conventos porque se prohibían las órdenes mendicantes. Un milagro a finales del siglo XV dio al traste con este mandato. Fray Pedro Ferrer pidió limosna a Diego García de Ulloa El Rico junto a la puerta de Mérida. El noble, que nunca llevaba dinero, encontró entre su ropa un doblón de oro ante la insistencia del fraile. El revuelo fue tal que se autorizó el primer convento: San Francisco, actual complejo cultural.

En cambio, sí se permitían los beateríos , donde las nobles ingresaban como religiosas pero no respetaban las normas. Existían dos: Santa María de Jesús, en la actual diputación, y La Magdalena, hoy convento de San Pablo. El obispo García de Galarza quiso someterlas a regla y las convirtió en las órdenes de las Jerónimas y Clarisas.

Finalmente, Acedo llama la atención sobre la auténtica imagen de aquel Cáceres centenario, muy diferente al actual. Asegura que algunos personajes del siglo XX como Alfonso Bustamante, Alvaro Cavestany y Miguel Canilleros (conde de Canilleros) pusieron de moda la piedra vista en los edificios señoriales, cuando antiguamente estaban recubiertos de color y sólo se dejaba a la vista la cantería en las partes nobles.

"Además, Bustamante se inventó la plaza de San Jorge, donde sólo había una fuente y un terraplén, y el Foro de los Balbos, que albergaba el mercado de abasto". También hubo cambios en los edificios: al palacio de las Cigüeñas, por ejemplo, se le añadió una puerta más grande, un segundo escudo y ventanas moriscas.