C ómo se relaja usted? ¿Qué imágenes recuerda cuando no puede dormir? ¿Qué olores, sabores o sonidos consiguen tranquilizarle cuando está nervioso? No se preocupe, no pienso utilizar la información para contárselo a otros; aunque, con su permiso, quizá la utilice alguna vez en beneficio propio.

De todas maneras, sospecho que encontraríamos muchos lugares comunes: paisajes paradisíacos, puestas de sol increíbles, chimeneas con el fuego ardiendo mansamente en el hogar y olas que van y vienen con un ruido rítmico, acompasado, apenas perceptible. Si profundizamos un poco más y somos realmente sinceros - ¡cómo falseamos la realidad cuando se trata de asuntos personales! - aparecerán recuerdos de la niñez, - ¿habrá otra época más confortable y segura? -, de nuestros primeros amores, e incluso episodios de nuestra vida objetivamente felices: un viaje inolvidable, el nacimiento de nuestros hijos y sus primeros pasos, el recuerdo emocionante de los que se fueron…

Y así, como si se tratara de una terapia prescrita por un buen médico, buscamos y buscamos en nuestra memoria hasta encontrar el recuerdo que nos permita ahuyentar la inquietud, o el dolor, o el desasosiego en fin. Tan mal dotados como estamos para el sufrimiento, nos proveemos de toda suerte de enlaces y vínculos capaces de alejarnos un momentito de la realidad y restablecer el equilibrio de los componentes químicos que andan pululando por nuestro organismo. Y así, mientras otros utilizan sustancias dañinas y poco recomendables para evitar lo inevitable, el resto, los más, tan ortodoxos, tan previsibles en nuestra simpleza, nos dejamos llevar por lo más sencillo, por lo más próximo. No sé qué pensará usted, pero yo le puedo asegurar que, cuando me he enterado de que las televisiones modernas incorporan imágenes fijas relajantes del tipo chimenea convencional o el mar transparente del caribe, he pensado si no sería una intromisión inaceptable que nos digan cómo relajarnos o qué debemos mirar, como si eso fuera posible. Y he pensado en los atardeceres de Villanueva de la Vera con el sol ocultándose detrás del “librito” y la vega del Tiétar difuminada por el calor. Y me he quedado tranquilo, convencido, ahora sí, de que los sentimientos no pueden grabarse.