La democratización, su reconocimiento internacional, la España de las regiones y la unidad familiar

Ha pasado tanto tiempo, que aquello que, hoy quiero traer aquí a colación, forma parte ya de la historia de nuestro país, pero es preciso volver a considerar algunas cuestiones que están siendo puestas en “tela de juicio” por algunos en España, y se corre el riesgo del olvido y el que olvida su pasado, está obligado a volverlo a escribir o pasar de nuevo por lo que ya pasó.

Lo que para nosotros ya es normal, hay nuevas generaciones de españoles, que no conocieron la transición y ya forman parte de esta España, que con mucho esfuerzo, entre todos hemos venido construyendo y se ha abierto al reconocimiento del mundo, que hay que seguir cuidando porque viejos fantasmas están apareciendo y hay que .que construir y trabajar en lo que debe ser la convivencia en una España unida, que ya ha recorrido un largo trecho en democracia.

En España ya se han superado numerosos retos que confirman la convivencia en paz entre todos los españoles.

En los tiempos en que tantos ninguneaban el valor de la Transición, no está de más recordar hechos ya archivados en la historia, retos a los que se enfrentaba todo el pueblo español y el Príncipe Don Juan Carlos cuando le llegó la hora de suceder al General Franco.

Retos, como alcanzar un periodo pleno de democratización de España; conseguir el reconocimiento internacional de la legitimidad de la Monarquía española; diseñar una España en la que su riqueza regional se viera plasmada en las instituciones y recuperar la unidad en la idea común del Desarrollo y de la Paz. El primer reto, quizás fuera el más difícil de todos, porque había que conjugar la legitimidad originada por el régimen del general Franco con el cambio político que él futuro Rey quería alcanzar.

El 22 de noviembre de 1975 Don Juan Carlos no tenía más legitimidad que la que le había dado el Movimiento Nacional en 1969. Carecía de la dinástica al haberse saltado a su padre, Don Juan, en el orden sucesorio. Y, consciente de ello, le había devuelto la placa de Príncipe de Asturias cuando aceptó la sucesión de Franco. El Príncipe no tenía la legitimidad constitucional, que alcanzó posteriormente con la Constitución el 6 de diciembre de 1978.

Con esas premisas resultaba muy difícil una ruptura con el régimen del 18 de julio. Fue ahí donde encontró el apoyo de su maestro Torcuato Fernández-Miranda, que estableció la vía para hacer la reforma política -nunca una ruptura- yendo de la ley a la ley.

Todo lo anterior se hizo a partir de un hecho que en noviembre de 1975 parecía imposible: convocar unas elecciones generales libres, con la concurrencia de cualquier partido que quisiese presentarse en el plazo de año y medio. Las de junio de 1977 fueron unas elecciones consideradas impecables por los observadores internacionales y su limpieza y resultados no fueron cuestionados ni por los grandes derrotados de aquella jornada, como era el caso del Partido Comunista de España, cuyas expectativas alimentadas en la clandestinidad eran muy superiores a los resultados obtenidos.

Pero esto ya es historia...