Su brazo derecho sube y baja en una oscilación continua sobre el pecho. La pierna del mismo lado traza una y otra vez una línea invisible en el suelo de terrazo. Mientras Rosario Solís conversa sentada en una silla de la entrada del centro de discapacitados de Cocemfe, su cuerpo está preso del movimiento sin control. ¿Cómo logra esta mujer coger un bolígrafo, ponerse ante un cuaderno y escribir un verso?

Lo que parece inexplicable a simple vista no es más que una mezcla de firme "empeño" y "voluntad de hierro" para encarar día a día el parkinson que tiene sumido su menudo cuerpo en una convulsión constante hace 16 años. Un día, con sólo 34 años y tres hijos de 6, 9 y 12, notó que no podía batir un huevo. "De esa forma tonta me di cuenta que los movimientos repetitivos no podía hacerlos, después vinieron agitaciones raras en el brazo y ataques con convulsiones. Me diagnosticaron parkinson", relata.

Lo que vino después, ella lo resume en una palabra: "Frustración". "Todo se trastocó, mi vida se empantanó --recuerda--. Hasta que no te toca piensas que es una enfermedad de mayores, que puede llegar o no, pero a los 34 años... El avance fue más rápido de lo normal y te tienes que plantear muchos cambios en tu vida". El escote de su camiseta deja ver dos cicatrices longitudinales y paralelas. "Son implantes. Aquí --señala el pecho-- tengo estimuladores eléctricos que envían estímulos al cerebro, donde me han colocado electrodos". Es una técnica para mejorar el tratamiento de la enfermedad.

La terapia de escribir

Ahora tiene 50 años, camina con la ayuda de una muleta y ha encontrado en la poesía un aliado para combatir la enfermedad. "No había escrito nunca, ha sido algo casual. El año pasado gané el concurso que organiza la asociación de parkinson y me entró el gusanillo, pero al margen de los premios, escribir se ha convertido en una necesidad", explica.

Mantener el pulso firme para escribir es todo un logro, pero se empeña y lo consigue. Con esa permanente lucha contra la convulsión de sus extremidades ha ido hilvanando palabra a palabra para dar rienda suelta a sus sentimientos sobre su cuaderno de hojas cuadriculadas. "Es una forma de meterme en mi mundo, de evadirme y de burlarme de la enfermedad". De hecho, hasta le ha dedicado algunos de sus poemas a ese amigo Parki que le juega "malas pasadas".

Se aferra al bolígrafo como a un salvavidas para no hundirse. Desde que escribe, la enfermedad parece "que se ha estancado". "Hasta me ha mejorado el pulso y estoy mucho más animada, con más ilusión por todo", reconoce.

Publicación

Sus poemas están a punto de ver la luz gracias a la ayuda de su marido, que ha decidido editar una primera tirada de 50 ejemplares de su poemario para venderlos en algunas librerías cacereñas. En sus setenta páginas se acumulan cánticos a la maternidad, a la amistad, al amor, al mar y a otro montón de cosas pequeñas de la vida. Las buenas y las malas, como la enfermedad que la "lleva al abismo".

Quizás los versos de Rosario Solís no alcancen la calidad literaria de los grandes poetas, pero nadie puede negarles una grandeza que trasciende a las palabras.