Una de las principales razones por las que el general Francisco Franco decidió sublevarse contra el gobierno constitucional y democrático de la II República, rompiendo la legalidad vigente y terminando de forma radical con el conjunto de derechos y libertades que los españoles se habían dado en la Constitución de 1931 - la que los militares «golpistas» habían jurado defender y mantener como miembros del Ejército - fue porque esta «República de trabajadores de toda clase», democrática, socialista y laica, ponía en peligro la «Sagrada Unidad de España» con la declarada «aconfesionalidad» religiosa; con los «Estatutos de Autonomía» de Cataluña y País Vasco, y con esos nuevos derechos y libertades que la dichosa Constitución reconocía a todos los españoles y españolas; por encima de su género, edad, condición o afiliación política.

Muy particularmente por los citados «Estatutos de Autonomía» de Cataluña y País Vasco; únicos que entonces fueron expresamente reconocidos, aunque ya había otros en proceso de redacción, que ofendían la conciencia nacionalista -«nacional socialista», diría yo - de las nuevas jerarquías rebeldes, que tenían como meta y empeño de su subversión militar construir una «patria sacrosanta y única»: ¡ Una, Grande y Libre ¡; que encuadrase en sus filas a todos los ciudadanos sometiéndolos al «estilo militar que nos caracteriza»; y a la voluntad suprema del Caudillo que debía capitanear la «Santa Cruzada» que se iniciaba con la sublevación.

Una de estas ideas centrales del nuevo Régimen dictatorial la había formulado José Antonio Primo de Rivera, hijo del anterior Dictador militar, don Miguel, admirador incondicional de Benito Mussolini e imitador de sus pautas políticas: «España es una unidad de destino en lo universal», había escrito José Antonio.

Idea que no figuraba en el texto constitucional republicano - ni en el actual -; por lo que se procedió inmediatamente a abolir aquella Constitución; a derogar todos sus principios y derechos, con la anulación radical de todas las libertades individuales o colectivas que pudieran poner en «solfa» la «Sacrosanta Unidad de España».

No sé exactamente si la Historia se repite; o, simplemente, se burla de todos nosotros, llevándonos a situaciones ilógicas y descoyuntadas, como la actual. Situación en la que los gobernados piden «libertad para votar»; y los gobernantes mandan a las fuerzas del orden para que lo impidan y los metan en la cárcel. 86 años después de la aprobación popular - en «referéndum» - de aquella Constitución, vuelve a saltar el manido tema de la «unidad de España» - también, otra vez a cuenta de Cataluña - para enfrentar a unos ciudadanos con otros; para que el gobierno vuelva a anular los derechos y libertades constitucionales y para que la «censura oculta» de los medios - la que se impone desde el gesto silencioso de las subvenciones - siga tergiversando los datos y convirtiendo las apariencias en verdades tangibles.

Seguro que George Orwell, cuando escribió «Rebelión en la Granja»- en la que todos los animales cacareaban, gruñían o rebuznaban a la vez, para intentar asumir el poder, aunque nadie se entendiera - estaba reflejando la situación actual de España en donde se predican consignas en catalán, en castellano y en un «guirigay» destemplado que nadie puede entender.