Ayer, en diversos momentos de la tarde, se vio torear a caballo. No dieron facilidades para ello los toros portugueses de Vinhas, mansos en distinto grado, salvo el segundo, y muy pronto a menos. Pero los rejoneadores, sobre todo Leonardo Hernández y en algunas fases Sergio Galán, se sobrepusieron a las dificultades para justificar su condición de figuras.

Leonardo Hernández brilló con el tercero de la tarde, sobre Amatista primero y Verdi después, en un buen tercio de banderillas. Llegaba mucho con su montura en lo que fue una labor vibrante pero seria.

Se superó ante el sexto con la estrella de su cuadra. Quieto es un equino de gran expresividad, que encela al toro para llevar a cabo preparaciones y remates en los que ese toreo al que hacemos referencia es una constante, pues lleva al toro largo cosido a la grupa en lo que bien parece un muletazo de largo trazo.

Fue esa una faena muy seria, siempre buscando los medios para clavar con ajuste, sin discontinuidades entre la preparación, el embroque y el remate.

También estuvo solvente Sergio Galán. Ante el toro más potable, que fue el segundo, lució la magnífica cuadra de este torero a caballo, su monta clásica y un sentido del temple muy acusado. Vistosas resultaron las preparaciones, para clavar después siempre en los medios.

El quinto manseó con descaro y sobre Vidrié llevó a cabo Galán una labor de sumo interés, precisamente por cómo llevaba largo al toro con esa dimensión actual del rejoneo. Rui Fernandes, más bullanguero, llegó a los tendidos en lo que fueron dos faenas más espectaculares que profundas. Montando a Joselito en el astado que abrió plaza, consintió a un toro deslucido por justo de celo.

El cuarto resultó reservón y el portugués estuvo por encima de la mansedumbre del animal, brillando en las preparaciones.