Cir nº 3. Así lo llamábamos antaño.¿Cuántos marcamos allí el caqui?. Miles y miles de cacereños, y de otras regiones. Gallegos, vascones, granadinos, madrileños. Honra y prez de la patria. Otros tiempos. Barracones de madera. Yo hice más guardias, de armas y de botiquín, que la Susi, aquella mona hostil que había en el Cuerpo de Guardia del cuartel. Bueno, otros tiempos, otros usos, otros modales.

Mañana luminosa de abril. Acudimos al Campamento de Santa Ana y nos reciben, muy amablemente, el Tte. Coronel Rincón (Juan Carlos) y el Comandante Parcero (padre de Mikel), ambos ya conocidos, y tan atentos y gentiles como de costumbre. Soldaditos por acá y por allá, motivos propios del lugar, magníficas instalaciones modernas en consonancia con los tiempos. En la entrada, una escultura zoomórfica; será obra prerromana, a saber, un berraco celtibérico o algo así, me pregunto, y pronto me sacan de mi ignorancia. Cerca, una ametralladora, de la Primera o de la Segunda mundiales, cualquiera sabe. Hay gentes que huyen de las armas como gato escaldado del agua hirviendo, y sin embargo a mí me atraen y fascinan.

El campamento fulge en una serena y apacible mañana azul. Allá abajo, antiguamente potrero de hípica, creo recordar, la ermita de Santa Ana, que nombra al amplio paraje del campamento, y ya, empezando la cuesta del arapil, que oculta el campo de tiro, par de la Sierra de la Aldehuela, la cueva de Santa Ana.

A temporadas, brigadas de estudiosos y prácticos horadan, escarban, extraen, barren, limpian y clasifican objetos, restos, testigos del remotísimo pasado de quien, tal vez, tuvo allí vivienda o refugio o vaya usted a saber. Por allí cerca, San Benito, Santa Olalla (Eulalia), Santa Lucía y tal vez me deje alguna otra ermita en el tintero. Y también, ¡ay!, nuevas edificaciones para el poblamiento humano que han aparecido, sin ton ni son, en medio de bosques de encinas o alcornoques. Así será, así es, si así os parece, pero-

Deambulamos en amena charla con nuestro amigo el comandante y dejamos el campamento, con sus clases de formación, su instrucción militar y el pálpito propicio para una instalación de tales características. Visita breve a la Cueva del Conejar. Se ha quedado presa, la pobre, en una urbanización recentísima. Al cabo: Un boquete en el suelo custodiado por alambradas, vías aceradas y posiblemente, en un mañana no lejano, por cientos de casas.

La Delapidata, que llegaba por el alcor que se extiende frente a las instalaciones militares de Santa Ana, se ve zarandeada por urbanizaciones que borran todo vestigio de su presencia. Recién, el obraje de una rotonda nueva ha debido mover y remover el trazado de la vía de nuestros padres romanos. Vae victis.

Campamento de Santa Ana. Toque de fagina, toque de retreta, toque de bandera, toque de silencio. Allí, sentados en la puerta del botiquín, en aquel verano de hace tantos años, echábamos interminables cigarritos mirando la noche calma del serrajón de la Aldehuela; mientras, en nuestros sueños de futuro hacíamos cábalas sobre esto y aquello y lo demás allá, que habría que traernos la vida sin trinchas, correajes, galones, y gorras. Una visita muy agradable y nuestra gratitud para los jefes (Tte. Coronel y Comandante) que tan gentilmente nos recibieron.